Carlos Martínez Sarasola (antropólogo)
El papel y la palabra de los jefes aborígenes es el eje del trabajo del antropólogo Carlos Martínez Sarasola, que prepara una reunión con Descendientes de caciques en la Feria para presentar su libro.
POR MARIA LUJAN PICABEA
La esencia común de los pueblos originarios
9/5/2013 (Revista Ñ)
Es un jueves luminoso que el otoño sella con ese color amarillento y cálido de sus tardes. Afuera rugen los colectivos que bajan por Luis María Campos, pero al interior del departamento del antropólogo Carlos Martínez Sarasola no llegan ni los ecos. Todo es silencio en ese living bañado de sol en el que hay un círculo trazado con objetos, vasijas, piedras, tejidos, semillas y maderas, cerca del que descansan dos gatos. Martínez Sarasola habla no de ese círculo sino de otro que prepara ilusionado. Un círculo, una reunión de descendientes de caciques de pueblos originarios que armará en el marco de la Feria Internacional del Libro con motivo de la presentación de su reciente trabajo La Argentina de los caciques (Del Nuevo Extremo), una obra en la que recopila cartas enviadas por los líderes indígenas a los funcionarios, desde aquella del cacique Lorenzo en pleno Virreinato (1780), en la que afirmaba: “hay lugar suficiente para indios y cristianos”, hasta los últimos intentos de concordia de los caciques de la Patagonia cuando la Conquista del Desierto ya estaba en marcha (1880). En la presentación de La Argentina de los caciques –el lunes 6 a las 17.30 en la Sala Villafañe–, referentes de diversas comunidades darán un mensaje al mundo. “Me parece que es la primera vez que se van a reunir los descendientes de estos grandes caciques después de la conquista del desierto”, se emociona Sarasola.
-El libro propone una entrada directa a la palabra de los caciques, ¿hubo una intención, como investigador, de interferir lo menos posible?
-Creo que es necesario recuperar muchas cosas de la palabra de ellos, lo que ellos decían. Aquí están las cartas, que es algo muy poco conocido, a pesar de que hay colegas que han hecho trabajos muy interesantes y que yo reconozco en el prólogo. Lo que yo hice de novedoso fue, tal vez, estructurar el discurso para demostrar lo que ellos querían, que era convivir con la nueva sociedad que se estaba formando. El trabajo principal fue exhumar todos los testimonios. Me interesaba interferir lo menos posible, simplemente vertebrar el discurso de ellos a lo largo de cien años. No me gusta hacer historia de lo que hubiera pasado sí, pero debo decir que hubiera sido totalmente posible la convivencia, porque los indígenas estaban dispuestos. Pero evidentemente los intereses de aquella época y una idea de país con exclusiones, llevó a otra decisión. Yo siempre digo lo mismo: cuando llegó la avanzada de la conquista del desierto a donde estaba el cacique ranquel Epumer, él estaba cultivando la chacra, no estaba organizando un malón.
-Usted menciona que en los primeros años de la construcción del Estado hubo funcionarios, que trabajaron por la convivencia, ¿qué produjo el viraje?
-No fueron solamente intereses económicos, para mí la causa profunda de este modelo que se impuso era que no se quería convivir con ese otro modelo, el modelo indígena, que integraba, que reunía gente totalmente diferente. Las tolderías era un mundo de diversidad cultural absoluta. Es cierto que había cautivos, pero había cautivos de los dos lados. Esto es lo que no se dice en la historiografía oficial. Los indios tenían cautivos porque los señores blancos tenían cautivos en las ciudades y en las zonas de frontera. Los indígenas, entonces, tomaban cautivos como prenda de intercambio y negociación.
-Tanto en la literatura como en la historiografía el tema de los cautivos justificó en buena medida el avasallamiento de las comunidades…
-Sí, porque hay una concepción todavía vigente de que los indígenas, especialmente estos de la Pampa y la Patagonia, eran unos brutos sucios, ignorantes, borrachos, ladrones. Esa ideología todavía, aunque un poco escondida, persiste. Cuando haga la segunda parte de este libro voy a describir un poco la riqueza de estos toldos. Es una cosa muy desconocida. ¿Quiénes eran estas personas? ¿Eran efectivamente una banda de cazadores que andaban errantes por la llanura buscando qué comer o tenían algo más? Tenían muchísimo más, tenían cosmovisiones extraordinarias, un modelo de vida, un sistema educativo, un arte único. Eran culturas completas y fantásticas, por eso fueron destruidas. Yo creo que la causa por la que fueron destruidas es esta. Ese modelo cultural, que encima estaba ocupando un territorio que el Estado argentino necesitaba para sí, debía ser suprimido. Haber negociado hubiera sido aceptar ese otro modelo e integrarlo al proyecto de país.
-Ante la disposición de algunos pueblos a sumarse y participar del Estado, ¿hubo una utilización de ellos por parte de los funcionarios?
-¿Te referís a los indios amigos?
-Sí.
-Es un tema espinoso. Los indios amigos eran los amigos de los blancos y fueron durante mucho tiempo considerados indios traidores. Yo tengo una mirada un poco más compasiva. Hubo un gran grupo de caciques que en un momento optaron por estar más del lado de los blancos en la zona de frontera que del lado de sus hermanos en el corazón de las llanuras. Quizás ellos avizoraron lo que traería la conquista, que esto era una locomotora que avanzaba y no iba a parar. Muchos de ellos consiguieron tierras negociando, pero creo que tuvieron un rol ambiguo. Esto existió y formó parte de lo que fue azuzar las contradicciones del mundo indígena, fue una política de los blancos para dividir.
-¿Qué pasó después de la conquista y hasta la actualidad?
-Bueno, muchas de las comunidades fueron destruidas, aniquiladas. La forma de vida de los territorios indígenas libres fue destruida. Quedan muchos descendientes pero lo que no sobrevivió fue la forma de vida comunitaria. Ahora se está intentando reconstruir, pero se perdió todo, la lengua, las costumbres, las ceremonias. Estas culturas tenían ejes en sus ceremonias, por eso cuando los blancos avanzaron lo primero que atacaron fue ese núcleo de espiritualidad que ellos tenían, porque alrededor de ese núcleo giraba toda su existencia. Reconstruir todo ello es una tarea difícil, pero hay muchos proyectos, hay descendientes directos de estos grandes lonkos… hay cosas que se están reconstruyendo. Yo soy optimista a futuro. Acá hubo una gran mutilación, pero hay partes que se van a poder recuperar y estamos en ese proceso que por ahora es muy subterráneo.
-En ese proceso, ¿hay relación con las comunidades del resto de América?
-Me parece que no hay mucha relación pero no tiene mayor importancia porque ellos están en contacto a otro nivel. Yo siempre cuento esto, en un congreso se encontraron un esquimal de Alaska con un cacique del Amazonas. Presencié ese encuentro sin palabras: uno sacó una pluma, otro sacó un tambor y se produjo un encuentro donde los dos compartían el tambor, las plumas y el canto como un lenguaje, una cosmovisión. Esta es su comunicación. Yo sostengo que hay una cantidad de puntos en común en todas las cosmovisiones de los pueblos originarios que los unen, que los identifica, es una especie de código de familia. Un cosmovisión ancestral colmada de puntos en común. Las reivindicaciones son las mismas y la historia también.
POR MARIA LUJAN PICABEA
La esencia común de los pueblos originarios
9/5/2013 (Revista Ñ)
Es un jueves luminoso que el otoño sella con ese color amarillento y cálido de sus tardes. Afuera rugen los colectivos que bajan por Luis María Campos, pero al interior del departamento del antropólogo Carlos Martínez Sarasola no llegan ni los ecos. Todo es silencio en ese living bañado de sol en el que hay un círculo trazado con objetos, vasijas, piedras, tejidos, semillas y maderas, cerca del que descansan dos gatos. Martínez Sarasola habla no de ese círculo sino de otro que prepara ilusionado. Un círculo, una reunión de descendientes de caciques de pueblos originarios que armará en el marco de la Feria Internacional del Libro con motivo de la presentación de su reciente trabajo La Argentina de los caciques (Del Nuevo Extremo), una obra en la que recopila cartas enviadas por los líderes indígenas a los funcionarios, desde aquella del cacique Lorenzo en pleno Virreinato (1780), en la que afirmaba: “hay lugar suficiente para indios y cristianos”, hasta los últimos intentos de concordia de los caciques de la Patagonia cuando la Conquista del Desierto ya estaba en marcha (1880). En la presentación de La Argentina de los caciques –el lunes 6 a las 17.30 en la Sala Villafañe–, referentes de diversas comunidades darán un mensaje al mundo. “Me parece que es la primera vez que se van a reunir los descendientes de estos grandes caciques después de la conquista del desierto”, se emociona Sarasola.
-El libro propone una entrada directa a la palabra de los caciques, ¿hubo una intención, como investigador, de interferir lo menos posible?
-Creo que es necesario recuperar muchas cosas de la palabra de ellos, lo que ellos decían. Aquí están las cartas, que es algo muy poco conocido, a pesar de que hay colegas que han hecho trabajos muy interesantes y que yo reconozco en el prólogo. Lo que yo hice de novedoso fue, tal vez, estructurar el discurso para demostrar lo que ellos querían, que era convivir con la nueva sociedad que se estaba formando. El trabajo principal fue exhumar todos los testimonios. Me interesaba interferir lo menos posible, simplemente vertebrar el discurso de ellos a lo largo de cien años. No me gusta hacer historia de lo que hubiera pasado sí, pero debo decir que hubiera sido totalmente posible la convivencia, porque los indígenas estaban dispuestos. Pero evidentemente los intereses de aquella época y una idea de país con exclusiones, llevó a otra decisión. Yo siempre digo lo mismo: cuando llegó la avanzada de la conquista del desierto a donde estaba el cacique ranquel Epumer, él estaba cultivando la chacra, no estaba organizando un malón.
-Usted menciona que en los primeros años de la construcción del Estado hubo funcionarios, que trabajaron por la convivencia, ¿qué produjo el viraje?
-No fueron solamente intereses económicos, para mí la causa profunda de este modelo que se impuso era que no se quería convivir con ese otro modelo, el modelo indígena, que integraba, que reunía gente totalmente diferente. Las tolderías era un mundo de diversidad cultural absoluta. Es cierto que había cautivos, pero había cautivos de los dos lados. Esto es lo que no se dice en la historiografía oficial. Los indios tenían cautivos porque los señores blancos tenían cautivos en las ciudades y en las zonas de frontera. Los indígenas, entonces, tomaban cautivos como prenda de intercambio y negociación.
-Tanto en la literatura como en la historiografía el tema de los cautivos justificó en buena medida el avasallamiento de las comunidades…
-Sí, porque hay una concepción todavía vigente de que los indígenas, especialmente estos de la Pampa y la Patagonia, eran unos brutos sucios, ignorantes, borrachos, ladrones. Esa ideología todavía, aunque un poco escondida, persiste. Cuando haga la segunda parte de este libro voy a describir un poco la riqueza de estos toldos. Es una cosa muy desconocida. ¿Quiénes eran estas personas? ¿Eran efectivamente una banda de cazadores que andaban errantes por la llanura buscando qué comer o tenían algo más? Tenían muchísimo más, tenían cosmovisiones extraordinarias, un modelo de vida, un sistema educativo, un arte único. Eran culturas completas y fantásticas, por eso fueron destruidas. Yo creo que la causa por la que fueron destruidas es esta. Ese modelo cultural, que encima estaba ocupando un territorio que el Estado argentino necesitaba para sí, debía ser suprimido. Haber negociado hubiera sido aceptar ese otro modelo e integrarlo al proyecto de país.
-Ante la disposición de algunos pueblos a sumarse y participar del Estado, ¿hubo una utilización de ellos por parte de los funcionarios?
-¿Te referís a los indios amigos?
-Sí.
-Es un tema espinoso. Los indios amigos eran los amigos de los blancos y fueron durante mucho tiempo considerados indios traidores. Yo tengo una mirada un poco más compasiva. Hubo un gran grupo de caciques que en un momento optaron por estar más del lado de los blancos en la zona de frontera que del lado de sus hermanos en el corazón de las llanuras. Quizás ellos avizoraron lo que traería la conquista, que esto era una locomotora que avanzaba y no iba a parar. Muchos de ellos consiguieron tierras negociando, pero creo que tuvieron un rol ambiguo. Esto existió y formó parte de lo que fue azuzar las contradicciones del mundo indígena, fue una política de los blancos para dividir.
-¿Qué pasó después de la conquista y hasta la actualidad?
-Bueno, muchas de las comunidades fueron destruidas, aniquiladas. La forma de vida de los territorios indígenas libres fue destruida. Quedan muchos descendientes pero lo que no sobrevivió fue la forma de vida comunitaria. Ahora se está intentando reconstruir, pero se perdió todo, la lengua, las costumbres, las ceremonias. Estas culturas tenían ejes en sus ceremonias, por eso cuando los blancos avanzaron lo primero que atacaron fue ese núcleo de espiritualidad que ellos tenían, porque alrededor de ese núcleo giraba toda su existencia. Reconstruir todo ello es una tarea difícil, pero hay muchos proyectos, hay descendientes directos de estos grandes lonkos… hay cosas que se están reconstruyendo. Yo soy optimista a futuro. Acá hubo una gran mutilación, pero hay partes que se van a poder recuperar y estamos en ese proceso que por ahora es muy subterráneo.
-En ese proceso, ¿hay relación con las comunidades del resto de América?
-Me parece que no hay mucha relación pero no tiene mayor importancia porque ellos están en contacto a otro nivel. Yo siempre cuento esto, en un congreso se encontraron un esquimal de Alaska con un cacique del Amazonas. Presencié ese encuentro sin palabras: uno sacó una pluma, otro sacó un tambor y se produjo un encuentro donde los dos compartían el tambor, las plumas y el canto como un lenguaje, una cosmovisión. Esta es su comunicación. Yo sostengo que hay una cantidad de puntos en común en todas las cosmovisiones de los pueblos originarios que los unen, que los identifica, es una especie de código de familia. Un cosmovisión ancestral colmada de puntos en común. Las reivindicaciones son las mismas y la historia también.
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