martes, 5 de mayo de 2015

Clase media: Un cambio de prioridades Por Sebastián Hadida

En el imaginario de la sociedad, la idea de que la clase media encarna algo así como la esencia del genoma argentino se ofrece casi sin resistencia. El hecho de que 8 de cada 10 argentinos se autoperciba dentro de este sector social es un botón de muestra de que el “clasemedierismo” como símbolo está profundamente enraizado en el relato de la identidad nacional.

Los estudios económicos, sin embargo, revelan que la proporción de gente de clase media es bastante menor. De acuerdo a estimaciones de la Consultora W, dirigida por Guillermo Oliveto, la clase media representa el 48%, medida en función del nivel de ingresos (entre 8.800 y 42.500 pesos de ingreso familiar). El reporte, basado en datos de organismos oficiales, revela un ensanchamiento notorio de la clase media respecto del 2002, cuando constituía el 30%, pero a la vez bosqueja una pendiente levemente regresiva desde el 2012, cuando con un 54% alcanzó el pico máximo del período.


http://www.diariobae.com/notas/70672-clase-media-un-cambio-de-prioridades.html
Lun, may 4 2015 Lunes / Suplementos

Este desfasaje entre la autopercepción y las mediciones económicas deja al desnudo la presencia de todo un universo de sentido que rebasa cualquier tentativa formal por simplificar las identidades de los grupos sociales a partir de indicadores “científicos”. La dificultad por encasillar a las clases medias según parámetros económicos conduce necesariamente a ubicar a este sector no como una superficie plana sin fisuras sino más bien como algo mucho más heterogéneo.

Ahora bien, ¿cuáles son esos rasgos que predominan y dejan una huella en los estilos de vida de los sectores medios urbanos? Para responder esta pregunta, piden pista los expertos. Para la Doctora en Ciencias Sociales de la UBA Ana Wortman, la condición de clase media estaba originalmente ligada a la posibilidad de disponer de tiempo libre para formarse, y de esa manera acceder a mejores empleos que permitieran proyectar un futuro mejor. La educación, por lo tanto, era el reaseguro de movilidad social ascendente, en contraposición a aquellos que no tenían más remedio que poner el cuerpo para trabajar en trabajos manuales, sin posibilidad de pensar más allá del día a día. “A partir de mediados del siglo XX se complejiza porque hay un sector de los llamados trabajadores manuales que también asciende y que tal vez tiene un nivel de ingresos igual o superior que alguien con capitales culturales”.

La fotografía de la actualidad captura situaciones como las que describe la investigadora, por ejemplo que un camionero gane acaso más que un profesor universitario, y con acceso a similares prestaciones de salud. Por lo visto, poseer determinadas credenciales educativas, en la sociedad actual, mejora las condiciones pero no es garantía llave en mano de un mejor pasar económico. “Hay ciertos gremios que sienten que pertenecen a la clase media, y que tal vez hace cuarenta años no se hubieran identificado de esa forma”, destaca la académica.

De la escuela pública a la privada

Durante buena parte del siglo XX, la idea de “mi hijo el Dotor” tallaba fuertemente en las ilusiones de una clase media que creía en la profecía del ascenso social como verdad inmaculada. La recordada telenovela “Los Campanelli” de fines de los 60 sobre una numerosa familia de típica clase media, ponía en escena las expectativas que los padres -que se distinguían por un lenguaje cocoliche y costumbres un tanto chabacanas- depositaban en la educación de sus hijos. “Desde Sarmiento hasta los años 70, había una idea de homogeneizar las identidades de los sectores medios a través de la escuela pública, mientras que hoy prevalece la segmentación mediante la elección del colegio de los hijos”, explica Cecilia Arizaga, Doctora en Ciencias Sociales y Directora de la carrera de Sociología de la UCES. “Hay familias que hacen enormes sacrificios en su economía familiar para pagar colegios donde se privilegia el capital social que esa institución les puede otorgar en términos de contactos, no sólo a los hijos sino también a los padres”. Según la investigadora, las familias de clase media, y en particular de padres profesionales o con cierto capital cultural, “piensan en una educación formal que ayude a ser una persona exitosa en el capitalismo global, donde el idioma inglés aparece como clave”.

Wortman indica que la importancia que en estos tiempos se le presta a la elección del colegio de los hijos tiene que ver con una búsqueda por rodearse de iguales. “Vemos que hay familias de clase medias que alquilan y en lugar de ahorrar para la vivienda propia, prefieren gastar en la cuota del colegio privado. En la generación de mis padres era al revés. Me mandaban a la escuela del Estado para poder acceder a la vivienda propia”, analiza.

De la vivienda propia a los consumos suntuarios

El techo propio, que supo ser la meca hacia dónde dirigían sus rezos las clases medias típicas, es otro de los íconos de la movilidad social que hoy cotiza en baja en las aspiraciones de estos sectores, en especial por las crecientes dificultades que existen para acceder al crédito inmobiliario. A la par y como efecto de este fenómeno, en la última década el incremento de los ingresos reales se expresó en una suba vertiginosa del consumo, que es la mecha que mantiene encendido el circuito virtuoso de la economía, según la ecuación del gobierno nacional. El modelo económico fue determinante para reconfigurar la relación de las clases medias no sólo con el consumo, que se mantiene vivito y coleando, sino también con el ahorro, que viene perdiendo el partido por goleada. La inflación, aún con el freno de mano puesto, sigue carcomiendo mes a mes el sueldo, generando la sensación de que la plata “quema” en las manos, y que conviene gastarla aún en bienes que no se necesitan, porque el ahorro es inexorablemente mal negocio.

“La clase media es una clase endeudada”, define Wortman como premisa de época. La compra compulsiva, tarjeta en mano, pareciera ser la aguja que controla el humor social de los ciudadanos-consumidores. El Plan Ahora 12, los clubes de descuentos, la posibilidad de hacer pagos y reservas online, los sistemas de acumulación de millas…toda la señalética luminosa del mercado parece confabulada a mostrar que no hay otro camino de realización y de inclusión social que la inmediatez del consumo, de forma tal de prolongar una vida de deudas pero libre de culpa. Tener el último Smartphone, renovar la pantalla LED cada tres años por una más grande o cambiar el auto cada cinco, son ejemplos de esta carrera frenética e insaciable por alcanzar un futuro que se convierte en pasado en cuestión de meses. Como sea, los sectores medios acceden más fácilmente a consumos que antes eran privativos de la llamada burguesía, como los viajes al exterior. En la galería de los recuerdos quedó la cultura del sacrificio de las clases medias típicas. “Antes la clase media funcionaba con una proyección a largo plazo y se privaba de cierto confort en pos de un futuro más próspero”, concluye la socióloga.

La tendencia

Más allá de los dispositivos tecnológicos, ¿q.ué otros consumos que hacen al estilo de vida de los sectores medios urbanos están en boga?

■ Vacaciones. “Ahora ya hay una idea de viaje, más que de vacaciones”, introduce Wortman. Los cambios en las configuraciones familiares que tuvieron lugar en las últimas décadas, hace que “las vacaciones en estilo clásico, donde uno alquilaba por un mes una casa en Villa Gesell o Mar del Plata para toda la familia haya cedido terreno a nuevos modelos, como los viajes al exterior o la salidas más cortas”. Hoy en día, hay mucha gente separada que se anima a viajar sola, o con amigos, y tal vez “ya no da para estar quince días instalado en un mismo lugar. Hay una cultura del circular”, plantea. La posibilidad de acceder a planes de financiamiento facilita la opción de los viajes al exterior incluso a las clases medias no acomodadas.

■ Alimentación orgánica: La aparición de mercados de productores en los barrios de Capital y conurbano, según Arizaga, responden a un valor muy propio de esta época que tiene que ver con una “vuelta a las raíces” para reencontrarse con uno mismo. “Cuando uno hace entrevistas, aparece una reflexividad respecto a querer saber qué se come, de la mano de una crítica a la industrialización de la comida”. La investigadora considera que esta demanda de una alimentación sana, al igual que prácticas como el yoga y la meditación, llevan asimismo la marca de un valor que es la búsqueda de “la autenticidad”. “Es un aspecto emocional que va más allá del cuestionamiento racional al modo de producción industrial”, señala.

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