Posdemocracia - Dos reflexiones

¿Posdemocracia? Frente al pesimismo de la nostalgia, el optimismo de la desobediencia

http://nuso.org/articulo/posdemocracia-frente-al-pesimismo-de-la-nostalgia-el-optimismo-de-la-desobediencia/

En tiempos de crisis, la compatibilidad entre el capitalismo y la democracia regresa como interrogante. La financiarización de la economía, la desregulación económica y la capacidad de presión de las grandes empresas son factores que limitan la capacidad de gestión del Estado. Igualmente, la cartelización de los partidos políticos, la saturación audiovisual, el imaginario hegemónico consumista y la asunción por parte de las clases medias del «capitalismo popular» debilitaron el compromiso de posguerra con los valores socialdemócratas. Esto lleva a una mirada nostálgica sobre la «democracia» perdida. Pero detrás de la «posdemocracia» se esconde un proceso de mayor calado: la centralidad de la «pospolítica», que neutraliza el elemento central de la democracia: el conflicto.


Por Juan Carlos Monedero Julio - Agosto 2012

¿Posdemocracia? Frente al pesimismo de la nostalgia, el optimismo de la desobediencia


Lo que llamamos «crisis de la democracia» no ocurre cuando la gente deja de creer en su propio poder, sino, al contrario, cuando deja de confiar en las elites, en aquellos que supuestamente saben por ella y proporcionan las pautas a seguir, cuando sienten la ansiedad de sospechar que «el (verdadero) trono está vacío» y que la decisión es ahora realmente suya.Slavoj Žižek, ¡Bienvenidos a tiempos interesantes!1

Las debilidades de lo «post»

El uso del prefijo «post» en las ciencias sociales suele responder a tres razones: prudencia, impotencia o ánimo ideológico. Prudencia, cuando se verifica que un hecho difumina sus contornos, incorpora matices y anuncia novedades sin perder totalmente su condición original. Impotencia, cuando se carece de la capacidad de identificar si lo viejo se ha marchado y lo nuevo ya ha llegado, algo relacionado con la turbulencia de la época y la dificultad del análisis para llegar al núcleo de lo que se quiere definir o para proponer alternativas. Y ánimo ideológico, cuando se quiere distraer la atención para rebajar un potencial conflicto explicando que los cambios son inevitables o no tan relevantes, o bien, en una dirección contraria, cuando se quiere dejar claro que algo que era positivo se ha perdido y conviene recuperarlo para el bien de la colectividad. Los post suelen estar llenos de memoria y de subjetividad.

Las transformaciones sociales, políticas y económicas son hoy objeto de estudio de diferentes disciplinas: politología, sociología, historia, filosofía, derecho, economía, de manera que cada cuerpo de conocimiento hace énfasis en aquello que mejor conoce (sufriendo con frecuencia la ciencia política el ataque de modas, anteayer psicológicas, ayer jurídicas, hoy filosóficas, quizá mañana ligadas a la neurociencia). Para terminar de confundir las cosas, podemos encontrar que desde esas diferentes intenciones, escuelas y formaciones, distintos autores pueden utilizar una denominación idéntica –por ejemplo, «posdemocracia» o sus afines–, lo que dificulta enormemente la interpretación.

De esta manera tenemos que puede pensarse en la posdemocracia como la situación en la que se ha perdido una democracia anterior que se presuponía de mayor calidad (incluso perfecta, vista desde la pérdida (Colin Crouch, Daniel Bell); puede entenderse como «contrademocracia» o «impolítica» que lleva a la desafección (Pierre Rosanvallon); puede utilizarse para señalar un mundo en el que los conflictos sociales esenciales se han disuelto, por lo que la política puede y debe relajarse; puede entenderse como la salida economicista al «trilema de la economía mundial», esto es, a la renuncia a la democracia en vista de la dificultad para compatibilizar soberanía nacional, Estado social y democracia en los tiempos de la globalización (Dani Rodrik); puede entenderse como la superación de la democracia de partidos acorde con los nuevos tiempos (por lo común denominada gobernanza) (Jan Kooiman; B. Guy Peters; Renate Mayntz; Luis F. Aguilar); puede definirse como el momento político que se corresponde con el momento social en el que los valores materiales han dejado paso a valores posmateriales (Ronald Inglehart); puede verse como la respuesta al desarrollo tecnológico y la obligación de aplicar las nuevas tecnologías a la gestión política; puede verse como una queja frente a la política «populista», entendiendo este concepto de manera peyorativa (Manuel Alcántara, Ludolfo Paramio); puede verse como la imposibilidad de la democracia debido al Estado de excepción permanente originado en el modelo capitalista y que ha generado «condensaciones oligárquicas» (Walter Benjamin, Giorgio Agamben) o como la imposibilidad de la democracia colonizada por la modernidad líquida, que no permite a los sujetos políticos solidificarse ni asaltar un poder que igualmente se define como «líquido» (Zygmunt Bauman); puede verse como el agotamiento de la democracia parlamentaria para otorgar autorización política, toda vez que las materias sujetas a elección se ven radicalmente reducidas, o por el hecho de que las elecciones que no se estigmatizan son solo aquellas en las que se dirimen dos matices de un mismo referente y no opciones realmente de alcance (como lo demostraron las elecciones en Grecia en junio de 2012). Y también, en lo que seguramente es su explicación más fructífera, la posdemocracia (como un correlato necesario del fin de la política) puede entenderse como el sempiterno intento liberal de desplazar la política a un lugar neutral, con el fin de proclamar la muerte del antagonismo político y la aceptación resignada del reformismo político y la economía de mercado (Chantal Mouffe, Jacques Rancière, Slavoj Žižek, Alain Badiou, Claude Lefort, Ernesto Laclau).

Frente a este abigarrado conjunto de posibilidades, la pregunta complicada es la siguiente: ¿es posible encontrar algo común en todo este cuerpo intelectual?2

Puntos de encuentro de la extraviada democracia

La pugna por la democracia que comenzó en 1917 se zanjó en la década de 1970. 1973 marca la quiebra del keynesianismo, el comienzo del retraso tecnológico en la Unión Soviética y sus satélites y el arranque de lo que será la hegemonía neoliberal. Los años 80 fueron los de una alargada «década conservadora» que vino para quedarse. Los 90 constituyeron, por la propia arrogancia de los vencedores, una década contradictoria en lo que se refiere a la democracia. Por un lado estaban los que celebraban la caída definitiva de la URSS y el fin de la Guerra Fría como el triunfo incuestionable de la democracia liberal. Si la obra más emblemática en este sentido es El fin de la historia y el último hombre de Francis Fukuyama (1992)3, toda la producción en torno de las transiciones a la democracia (con la obra compilada por Phillipe C. Schmitter, Guillermo O’Donnell y Lawrence Whitehead como mascarón de proa4) iba dirigida en la misma dirección. La tercera vía de Anthony Giddens (1998)5, donde se invitaba a la socialdemocracia a abrazar el liberalismo económico después de haber hecho otro tanto tras la guerra mundial con el liberalismo político, entregó la justificación que los partidos de la Internacional Socialista buscaban para ser plenamente sistémicos.

1. Juan Carlos Monedero: licenciado en Ciencias Políticas y Sociología. Cursó estudios de posgrado en la Universidad de Heidelberg y en la actualidad es profesor titular de Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid.Palabras claves: posdemocracia, pospolítica, democracia, capitalismo, gobernabilidad, gobernanza, conflicto.. Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia, La Paz, 2011, p.119.
2. Para un desarrollo más concreto de estas diferentes miradas, v. J.C. Monedero: El gobierno de las palabras. Política para tiempos de confusión, fce, Madrid, 2011, especialmente pp. 179-222. Para el cierre democrático en elecciones en las que realmente se dirimen opciones diferentes, v. J.C. Monedero: «Cuando el coro desafía a Ulises y a los dioses» en Cuarto Poder, 16/6/12, www.cuartopoder.es/tribuna/cuando-el-coro-desafia-a-ulises-y-a-los-dioses/2866, y «Grecia: el coro aún está deliberando» en Cuarto Poder, 18/6/2012, www.cuartopoder.es/tribuna/grecia-el-coro-aun-esta-deliberando/2879.
3. Planeta, Barcelona, 1992.
4. Transiciones desde un gobierno autoritario [1986], Paidós, Buenos Aires, 1988.
5. Anthony Giddens: La tercera vía. La renovación de la socialdemocracia, Taurus, Madrid, 1999.

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Posdemocracia según Colin Crouch


Libro:”Posdemocracia” de Colin Crouch

22 septiembre, 2010Polsci noob
https://reflexionessociales.wordpress.com/2010/09/22/libroposdemocracia-de-colin-crouch/

Hoy hablaré de un libro de un sociólogo británico llamado Colin Crouch. El libro es básicamente una larga introducción de un nuevo concepto creado por el mismo autor: “la posdemocracia”, bajo esta denominación Crouch intenta conceptualizar la actual situación política, en la que el ideal democrático va degenerando rápidamente debido al capitalismo globalizado y a unos partidos políticos que han perdido su base social y que parecen más “tenderos” que otra cosa. Si después de esta lectura decidís  leer el libro, pienso que haré bien en  avisaros que sus argumentos y algunas de sus apreciaciones están impregnadas de  un cierto aroma “izquierdista” , por lo que en ocasiones sus razonamientos se alejan un poco del discurso científico-académico contrastado. Para mi  esto no quita valor al contenido (al fin y al cabo la manipulación es algo habitual en las ciencias sociales), pero pienso que es conveniente que el lector sea consciente de esto. Por último antes de empezar,  al ser británico Crouch tiene como referente principal la situación socioeconómica de Gran Bretaña, aunque intenta poner ejemplos de otras latitudes lo cierto es que muchas veces se centra demasiado en el caso inglés y pierde la perspectiva global (muy necesaria en este tipo de trabajos.)

El comienzo del siglo XXI está siendo testigo de cómo la democracia atraviesa un momento paradójico. En cierto sentido se podría afirmar que ésta disfruta de un auge histórico a nivel mundial. En los últimos años varios estados han optado por la institución de vías democráticas, con elecciones más o menos libres según el caso.  Aunque solo contabilicemos las democracias “reales”, el número de ellas es considerablemente superior al de cualquier otro momento histórico.

Sin embargo, en las democracias estables de Europa Occidental, Japón,  USA y otras regiones del mundo en las que se suele considerar al sistema democrático como un sistema bien arraigado, el tema se ve con menos optimismo.  La legitimidad de los políticos en estos países se ve menguada por la cada vez más baja participación electoral, y es que parece que  a la gente le cuesta cada vez más confiar en éstos. Esto es bastante preocupante  ya que un sistema democrático sin participación popular no tiene sentido, necesita de ella para asegurarse un ágil funcionamiento institucional.  A la larga, si este fenómeno va en aumento, la tarea de gobernar (y de formar gobiernos) “democráticamente” se convertirá en una cuestión difícil para estos estados.

Cabe remarcar que actualmente las democracias se definen exclusivamente como democracias liberales (modelo que no deja de ser una forma históricamente contingente pero no la última palabra sobre el asunto). La democracia liberal destaca la participación electoral como el tipo principal de actividad política en que puede implicarse el grueso de la población; otorga una amplia libertad a los grupos de presión para que desarrollen sus actividades y consagra un tipo de comunidad política que se abstiene de interferir en la economía capitalista. Se trata de un modelo elitista que muestra escaso interés  por la existencia de una profunda implicación ciudadana o por el papel que puedan desempeñar aquellas organizaciones ajenas al mundo de los negocios.

La democracia (en su sentido ideal) prospera cuando existen más oportunidades de que una gran parte de personas corrientes intervenga activamente  en el diseño de la agenda pública– y no sólo a través del voto  sino también de la deliberación y de la participación en organizaciones autónomas-; cuando se aprovechan de forma activa esas oportunidades; y cuando a las elites no les es posible controlar ni banalizar las modalidades de debate.

En el modelo liberal, aunque por supuesto las elecciones existan y puedan cambiar los gobiernos, el debate electoral se limita a un espectáculo que está estrechamente controlado y gestionado por equipos rivales de profesionales expertos en técnicas de persuasión, y que se centra solamente en una pequeña gama de cuestiones escogidas por estos equipos. La mayor parte de los ciudadanos desempeña un papel pasivo, inactivo e incluso apático, y responde únicamente a las señales que se le lanzan. Más allá de este espectáculo del juego electoral, la política se desarrolla entra bambalinas mediantes las interacción entre los gobiernos elegidos y unas élites que, de forma abrumadora, representan los intereses de las empresas.

Al comparar este último modelo con el modelo ideal, Crouch opina que estamos más cerca de un extremo posdemocrático,  o lo que es lo mismo, que estamos más alejados del ideal democrático que en épocas anteriores. Esto explicaría esa generalizada sensación de desencanto y decepción con el grado de participación pública y con las relaciones entre la clase política y la mayor parte de los ciudadanos, sensación que es posible apreciar en muchas de las democracias “avanzadas”.

¿Y por qué el autor afirma que el modelo actual es posdemocratico? Porque en cierto sentido estamos volviendo a situaciones características de la época pre-democrática. Crouch considera que el momento más democrático de la historia contemporánea fue a mediados del siglo XX, cuando se consiguió el reconocimiento de diversos derechos sociales y la implantación del estado de bienestar en varios países occidentales,  cosa en buena parte  posible gracias al diálogo entre los gobiernos y los grupos sociales populares representados por sindicatos y partidos de izquierda. Desde los años 70 hasta ahora se han ido perdiendo o difuminando algunos de los derechos conseguidos en la década de los 50-60, por  eso mismo podríamos afirmar que dentro de la “parábola democrática” estamos actualmente más cerca del extremo “pos”, es decir nos situamos en un punto posterior al punto álgido, un punto donde el nivel democrático ha bajado respecto al nivel máximo alcanzado en ese “mejor momento democrático”.


Según Colin Crouch, gran parte de las democracias occidentales se encuentran o "tienden" a un momento posdemocrático, donde la intervención de la población en las decisiones colectivas es cada vez menor comparada con el momento álgido democrático de medidados del S.XX.
Esta tendencia negativa se observa sobretodo en cómo la clase “trabajadora” se ha ido convirtiendo en una clase numéricamente declinante  a consecuencia de una economía globalizada y diversificada. En esta economía las protagonistas  son unas empresas altamente sofisticadas expertas en delegar partes de su proceso productivo a otros países y/o empresas.  La importancia de los trabajadores manuales ha ido decreciendo, al imponerse otro tipo de ocupaciones más encaradas a la administración y al diseño.  La fragmentación de las clases populares derivada de este hecho ha propiciado la perdida de identificación de clase. Ante esta situación  las organizaciones que antes representaban los intereses de este tipo de trabajadores se han visto superadas por la situación y están siendo progresivamente marginadas del escenario político.

Crouch sostiene, que al tiempo que las formas democráticas se mantienen vigentes, la política y el gobierno están volviendo cada vez más a ir de redil de las élites privilegiadas (encarnadas en la figura de  directivos, accionistas y dueños de grandes empresas)  al modo característico de cómo ocurría en la época pre-democrática; consecuencia de esto es la creciente impotencia del activismo igualitario.

El concepto posdemocracia, pues, nos ayuda a describir aquellas situaciones en las que el aburrimiento, la frustración y la desilusión han logrado arraigar tras un momento democrático. Los poderosos intereses de una minoría cuentan muchos más que los del conjunto de las personas corrientes a la hora de hacer que el sistema político les tenga en cuenta; o/y aquellas otras situaciones en las que las elites políticas han aprendido a sortear y a manipular las demandas populares y las personas deben ser persuadidas para votar mediantes campañas publicitarias.

Los cambios asociados a las posdemocracia nos trasladan más allá de la democracia, hasta una clase de sensibilidad política más flexible que la de los enfrentamientos producidos por los pesados compromisos de mediados de siglo. Hemos dejado atrás el concepto de gobierno popular para poner en duda el propio concepto de gobierno. Tal situación se refleja en el cambiante equilibrio en el seno de la ciudadanía, el abandono de las actitudes respetuosas hacia el gobierno, el trato dispensado a los políticos por los medios de comunicación, la insistencia en una apertura total por parte del gobierno; y la reducción de los políticos a una figura más parecida a la de un tendero que a la de un gobernante, siempre tratando de adivinar los deseos de sus clientes para mantener el negocio a flote.

En la posdemocracia el mundo político fabrica su propia respuesta ante la posición poco atractiva y subordinada en la que amenazan con colocarlo los capitostes de las grandes empresas. Incapaz de volver a la posición inicial de autoridad y de respeto y de distinguir que demandas  que le formula una población fragmentada, recurre  a las conocidas técnicas contemporáneas de la manipulación política, las cuales le proporcionan todas las ventajas asociadas al hecho de descubrir los puntos de vista del público sin que este ultimo pueda controlar el proceso por sí mismo. También imita los métodos de otros sectores : el mundo del espectáculo y el marketing. En la posdemocracia, la política intenta imitar a la publicidad con mensajes muy cortos que requieren un nivel de concentración bajo, así como con palabras y titulares que forman imágenes impactantes en lugar de argumentos que apelen a la inteligencia. La publicidad no constituye una forma  de diálogo racional, pues no construye un argumento sobre la base de evidencias, sino que asocia productos a una imaginería particular. No hay posibilidad de respuesta. Su objetivo no es entablar debate, sino persuadir para comprar. La adopción de estos medios ha ayudado a los políticos a acercarse a la gente pero no ha servido en igual medida para la causa de la democracia.

Un fenómeno adicional que ha aparecido por esta degradación de la comunicación política de masas es la creciente personalización de la política. La promoción  de las supuestas calidades del líder del partido y las imágenes de él o de ella adoptando poses apropiadas están sustituyendo cada vez más el debate sobre las cuestiones políticas y los conflictos de intereses. Esto permite a líderes carismáticos con un conjunto vago e incoherente de propuestas políticas dirigirse a un público que ha perdido su identidad política. Es entonces cuando la competición electoral adopta  la forma de una búsqueda de individuos íntegros y poseedores de carácter. Se trata de una búsqueda inútil , ya que en unas elecciones los electores no tienen la información necesaria como para hacer este tipo de juicios. En lugar de esto lo que ocurre es que los políticos se dedican a promocionar una imagen de honestidad y de integridad personales, al tiempo que sus adversarios no hacen más que intensificar la búsqueda de evidencias de lo contrario.

Esta es la causa de las paradojas de la política contemporánea; las técnicas para manipular a la opinión pública y los mecanismos para abrir la política al examen público son más sofisticados que nunca, al tiempo que el contenido de los programas de los partidos y el carácter de rivalidad partidista se están convirtiendo en algo crecientemente anodino e insípido. Este sistema no es antidemocrático, porque gran parte de él emana del nerviosismo con el que los políticos afrontan relaciones con el público, pero es difícil concederle dignidad democrática, a tenor del gran número de ciudadanos que han sido reducidos en él al papel de participantes ocasionales manipulados y pasivos.

Durante la posdemocracia sobreviven prácticamente todos los elementos formales de la democracia, lo cual es compatible con la complejidad de un periodo “pos”. No obstante, debemos esperar una cierta erosión a largo plazo, a medida que, hastiados y desilusionados nos alejamos cada vez más de nuestro concepto máximo de democracia. También debemos esperar la desaparición de algunos apoyos fundamentales a la democracia y por tanto un retorno todavía más pronunciado  a  algunas de las situaciones características del periodo predemocrático, retorno cuya responsabilidad es atribuible a la globalización de los intereses empresariales y a la fragmentación del resto de la población.

En muchos países ya se vislumbra algunas  de las consecuencias de esta situación. El estado de Bienestar se está convirtiendo poco a poco en algo residual, los sindicatos han sido apartados a los márgenes de la sociedad. El papel del estado como policía y carcelero vuelve a primer plano. La distancia entre ricos y pobres está creciendo. El sistema impositivo se vuelve menos redistributivo. Los políticos responden de manera prioritaria a las demandas de un puñado de líderes empresariales, permitiendo que sus intereses particulares se conviertan en políticas públicas. Gradualmente los pobres dejan de mostrar interés en el proceso político y ni siquiera se molestan en ir a votar, volviendo voluntariamente a la posición que se vieron obligados a ocupar en la época predemocrática.

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