Aunque el capitalismo, Byung-Chul Han

Por: Luis Enrique Mendoza y Claudia Cisneros*

Presentamos en Vallejo & Co., un ensayo sobre Byung-Chul Han, el filósofo más comentado actualmente en Europa. Coreano educado en Alemania, Han irrumpe hoy en la filosofía con ideas potentes y una forma muy particular de radiografiar la sociedad contemporánea.

Aunque el capitalismo, Byung-Chul Han

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25 julio, 2015

Quizá porque estudió metalurgia a Byung-Chul Han le asiste la técnica y el arte de detectar lo subyacente, como quien selecciona metales y crea nuevas aleaciones. Quizá porque luego estudió Filosofía, Literatura y Teología, Han ha llevado esta técnica a la palabra, a la construcción de nuevos sentidos que restituyen significados, y a defender tesis que pueden resultar contraintuitivas. Por ejemplo, que la positividad es violencia o que la transparencia es dañina. Pero una vez que uno ha conseguido entrar en su enigmática veta, puede quedar deslumbrado por los destellos que Han va develándonos en el camino. Su apuesta fundamental consiste en abrir líneas de fuego contra el capitalismo desde y pese a la psicopolítica. Para Han la psicopolítica es la forma de dominación actual que, superando a la opresión, logra el autosometimiento del sujeto[1].

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Han sostiene que el sistema capitalista y su metodología, el neoliberalismo, aprovechan nuestra sensación de libertad para paradójicamente coaptarnos. En su breve y ya célebre ensayo, La sociedad del cansancio, sostiene que la hiperactividad característica de nuestra época – que él rotula como exceso de positividad – engendra “sujetos de rendimiento” obsesionados con una libertad contradictoria: la libertad de autoexplotarse

Según Han, estamos frente a un nuevo paradigma. Al paradigma opresor (Marx) y disciplinario (Foucault), le sigue ahora un paradigma seductor, asociado al ideal del rendimiento máximo, que es capaz de lograr que los sujetos se sometan por sí mismos al entramado de dominación. Estas formas de dominación no son excluyentes, sino complementarias. Coexisten bajo el imperativo de la producción y la productividad del habitus capitalista. Escribe Han:

Con el fin de aumentar la productividad se sustituye el paradigma disciplinario por el de rendimiento, por el esquema positivo del poder hacer (Können), pues a partir de un nivel determinado de producción, la negatividad de la prohibición tiene un efecto bloqueante e impide un crecimiento ulterior. La positividad del poder es mucho más eficiente que la negatividad del deber[2].

En la filosofía de Han, la negatividad de la prohibición no es en sí misma perjudicial. Lo que es perjudicial es su exceso o su defecto en el proceso de interacción social. Este es quizás uno de los conceptos centrales de su propuesta, en la cual la negatividad es positiva en la medida genera una reacción por parte del individuo. En su analogía biológica, la negatividad despierta y moviliza las defensas inmunológicas contra lo otro que es extraño a uno. Sin la negatividad que genera la alteridad, no habría reacción posible de naturaleza contra-distintiva. La negatividad es deseable porque es parte del ser-en-el-mundo; porque el otro nos delimita, nos completa a partir de nuestras fronteras, nos termina de modelar en nuestra interacción, y porque finalmente frente a ella nos constituimos sin terminar de constituirnos. La negatividad, así vista, estimula el pensamiento complejo, activa las defensas, promueve la dualidad necesaria para no caer en el exceso de positividad que aplana, que reduce, que simplifica, vulgariza, asfixia y homogeniza. Por eso, para Han el exceso de positividad es un peligro oculto tras la falsa sensación de libertad. La ausencia de un elemento extraño externo a nosotros nos hace presa fácil de la pasividad. Sin ese otro que nos interpela, que nos cuestiona, que nos intenta doblegar, dominar o explotar, quedamos expuestos al peligro de la autocomplacencia, de la pasividad, del exceso de positividad. Sin la negatividad, sin la polaridad beneficiosa que cuestiona, incomoda, o amenaza, quedamos sujetos a la positividad propia y autorreferencial que peca por exceso de sí misma. Y que difícilmente estimulará que nos revelemos ante el peligro, pues no hay externalidad que resistir o cuestionar. Pura “mismidad” convencida de estar libre de toda fatalidad, sin percatarse que la fatalidad es esa falsa sensación de libertad que genera cansancio, fatiga y agotamiento ante el exceso de positividad.

Exceso de positividad, entonces.

Para Han está claro que el discurso capitalista ha calado de tal forma en la psicología humana que ya no hace falta un empleador ante el cual revelarse. El capitalismo ha secuestrado el imaginario social y la forma en que compone su espacio urbano. A saber: bancos, gimnasios, centros comerciales, torres de oficinas, estacionamientos, carreteras y carteles publicitarios. Bajo su égida, la explotación se impone por cuenta propia en compañía de una gráfica social aisladora. Y el peligro, dice Han, es que al ser realizada por propia mano, es imposible que se genere una reacción inmunológica. Frente al cuerpo extraño o al explotador, el rechazo y cura se dan por negatividad y resistencia. En cambio, el exceso de positividad por autoexplotación neutraliza toda posibilidad inmunológica, pues esta se activa solo frente a la negatividad de lo extraño. El animal laborans se convierte en “verdugo y víctima de sí mismo”.

Para Han este diagnóstico social está aparejado con algunos diagnósticos clínicos contemporáneos. Sostiene que el dictado del rendimiento define varios de nuestros males y frustraciones actuales. La depresión, la sensación de fracaso, el trastorno por déficit de atención por hiperactividad (TDAH), el trastorno límite de personalidad (TLP) o el síndrome de desgaste ocupacional (SDO), son reflejo y síntoma de este exceso de positividad. Escribe Han: “Estas enfermedades no son infeccionsas, son infartos ocasionados no por la negatividad de lo otro inmunológico, sino por un exceso de positividad”[3].

Es decir, las enfermedades en expansión en nuestro tiempo tienen que ver, ante todo, con nuestros procesos neuronales y cognitivos. Del ciclo de enfermedades bacterianas o virales, que el propio cuerpo combate con el sistema inmune, hemos pasado al ciclo de las enfermedades libradas en nuestra propia mente, incapaz de expulsar lo que es propio y dañino por serle inherente. Y así, quien no logra colmar las expectativas que bajo el modelo de rendimiento se imponen y auto imponen, siente que socialmente ha fracasado.

Ni siquiera el amor (o lo que se le parezca) consigue escapar de los tentáculos del rendimiento. En otro de sus ensayos, La agonía de Eros, Han nos dice que la lógica de consumo se extiende también a las relaciones amorosas. Afirma que el capitalismo transforma la experiencia erótica en experiencia de consumo, y que el individualismo ningunea la existencia del otro bajo el imperativo del narcicismo (algo así como un “amor corporativo”)[4].

A la instalada urgencia del autorendimiento se suma todo un aparato, construido bajo la lógica de consumo, que modela los deseos y aspiraciones de los autoexplotados y desapasionados. Ese psicopoder mueve y enferma a los individuos desde adentro, en línea directa con la obsesión por la transparencia.

Exceso de transparencia, entonces.

Han afirma que el imperativo de la transparencia pone en jaque la viabilidad de la propia sociedad política debido a que refuerza la paulatina pérdida de lazos comunitarios. En La sociedad de la transparencia sostiene la tesis según la cual la demanda de transparencia no solo expresa la legítima necesidad de acceder a información pública, sino también la crisis de confianza de nuestras propias relaciones sociales y el deterioro de nuestras instituciones. Sostiene que es así porque “(l)a confianza hace posibles acciones a pesar de la falta de saber. Si lo sé todo de antemano, sobra la confianza. La transparencia es un estado en el que se elimina todo no saber. Donde domina la transparencia, no se da ningún espacio para la confianza”[5].

Asimismo, la exigencia de transparencia, en las redes sociales, supone un peligro -dice Han- para el despliegue de la estrategia necesaria en la política porque aniquila la confidencialidad necesaria para la estrategia política: “La confidencialidad pertenece con necesidad a la comunicación política, es decir, estratégica. Si todo se hace público sin mediación alguna, la política ineludiblemente pierde aliento, actúa a corto plazo y se diluye en pura charlatanería”[6]. La pérdida de control de producción y distribución de la información por parte de los poderes tradicionales deviene en pérdida de la maduración de ciertos asuntos políticos que se ven obligados a acelerar sus procesos debido a los tiempos apurados de la red. Para Han, la acción política se atrofia de forma correlativa al surgimiento de una nueva categoría social: el enjambre digital.

El enjambre digital, entonces.

A diferencia del sociólogo español Manuel Castells -uno de los académicos más citados en el mundo en temas de TICs y redes sociales-, que tiene más bien una lectura alentadora de las redes digitales, Han es implacable en su crítica. Mientras Castells analiza y destaca el uso específico de las redes como herramienta emancipadora (Revolución egipcia, Árabe, Indignadas de España, Occupy Wall Street, Islandia), para Han el enjambre digital es la nueva masa que “asedia a las relaciones dadas de poder y de dominio”. Para Han la autonomía de la producción de información en la internet genera un nuevo modo de “no-intermediación” o “desmediatización” que comporta un riesgo para el principio de representación, especialmente en la arena política. Otro efecto de la “desmediatización” propia del uso de las redes es que lleva a una masificación que vuelve superflua la cultura y el lenguaje. Asegura que el uso digital hace que evitemos el “contacto directo con personas reales” y con “lo real en general”. Su diagnóstico es que el medio digital nos aleja del otro concreto y nos convierte en iconoclastas de imágenes domesticadas (algo anunciado por Sartori en Homo videns).

Para Han los “enjambres de puras unidades” que el sistema digital procura, impiden las asociaciones políticas serias, sostenidas, contundentes, debido a que “se descompone el nosotros político que sería capaz de acción en sentido enfático”[7]; se banaliza la ciudadanía política bajo una caricatura de democracia digital en la que el botón de me gusta suplanta la papeleta electoral; y no hay responsabilidad ciudadana en un “ágora digital donde coinciden el local electoral y el mercado”[8].

En el extremo opuesto está Castells, quien ve en las redes sociales más bien el medio a través del cual “los individuos volvieron a unirse para encontrar nuevas formas de ser nosotros”[9]. Castells ve en las redes espacios de autonomía que escapan del “control de gobiernos y corporaciones que a lo largo de la historia han monopolizado los canales de comunicación como cimiento de su poder”[10]. Para él “las redes de comunicación son fuente decisiva de construcción de poder ciudadano”[11].

Se podría decir que mientras Castells se ocupa de los usos concretos de las redes, sus consecuencias sociales y sus efectos contrahegemónicos, Han opta por el análisis a gran escala del uso promedio de las redes y de sus efectos en una cultura dominada por la lógica del entretenimiento. El Internet nos coloca frente a la fenomenología del me gusta. A causa del medio digital, el pensamiento capitula ante el cálculo, la acción cede paso a la operación y el lenguaje se sujeta a la estadística. La comunicación digital, con sus tiempos apurados y su transparencia reductora genera un ruido enorme para el espíritu: “El medio del espíritu es el silencio. Sin duda, la comunicación digital destruye el silencio. Lo aditivo que engendra el ruido comunicativo, no es el modo de andar del espíritu”[12]. El exceso de velocidad y la oferta hiperabundante y homogeneizadora de contenidos, aplanan el ser, aplanan las emociones, las reducen y simplifican. Las vuelven superfluas. Y el pensamiento complejo no prospera en medio de ese “ruido ensordecedor”.

En el enjambre digital, los sujetos no son funciones de algo mayor, ni significantes estructurados bajo un principio rector, sino partes dispersas y atomizadas sin un sentido de pertenencia y sin una acción común. Dice Han: “Masa es poder. A los enjambres digitales les falta esta decisión. Ellos no marchan. Se disuelven tan deprisa como han surgido”[13]. El hombre hoy teclea en lugar de actuar. Eso no es todo. También se le niega poder emancipador al enjambre digital por su tendencia regresiva a una nueva forma de fundamentalismo: el espectáculo. El espectáculo, por su nivel de seducción, es el nuevo mitin de la psicopolítica. No hay ideas ni sentidos compartidos. Solo propaganda y entretenimiento. La publicidad entra en escena. “La privatización se impone hasta en el alma”[14].

Quizá por eso también su visión apocalíptica de los gadgets: “El Smartphone es un aparato digital que trabaja con un input-output pobre en complejidad. Borra toda forma de negatividad”[15]. Con su uso masivo e intensivo nos acostumbramos a no pensar de forma compleja, nos alejan de conductas que nos exigen una amplitud de mirada o de tiempos necesariamente lentos, y más bien fomentan la visión del corto plazo. Tenemos una relación coactiva y adictiva con esos aparatos. Aquí también la libertad se convierte en coacción.

La crítica de Han es una y otra vez, con respecto a las redes sociales, radical y fatalista. Los twitts, los timelines y las informaciones en internet solo “cuentan” y no “narran”. Son contenidos aditivos y no narrativos. Sostiene que lo digital absolutiza el número y que las inclinaciones se cuentan en forma de me gusta. Lo narrativo pierde peso e importancia frente a lo aditivo. La calidad cede paso a la cantidad. Acusa al medio digital de ser la forma de proceder de la transparencia aniquiladora; de proveer pura positividad sin la negatividad del saber. El exceso de información deforma y no engendra formas de verdad, atrofia la capacidad analítica por prescindir de la negatividad contra-distintiva. Y todo termina transformado al lenguaje del rendimiento y de la eficiencia.

Para Han hemos pasado de la esclavitud de la maquinaria industrial a la de los smartphones que “transforman todo lugar en un puesto de trabajo”[16]. La naturaleza ambulatoria de las nuevas tecnologías y las redes sociales adi©tivas fortalecen masivamente esta coacción bajo el “imperativo neoliberal del rendimiento”, que en definitiva se desprende de la lógica del capital. La hipercomunicación solo significa más capital.

Y sobre todo, exceso…

A Byung Chul Han le molesta el exceso. El exceso de actividad, el exceso de información, el exceso de positividad al fin. Porque el exceso de positividad es un peligro inadvertido. No genera alertas, no prepara escudos, es el enemigo dentro, en casa, lo no extraño que se tolera, que no se combate porque no se siente como amenaza. Y en ese terreno nos dejamos colonizar por el exceso que desmantela, desequilibra sin pausa ni barreras.

La negatividad no solo es deseable sino necesaria para la salud social, mental, corporal, política, existencial. La negatividad de la alteridad, la negatividad de la sombra que esculpe la luz, lo otro que permite lo uno, lo oscuro que perfila lo claro, el velo que permite lo erótico en contra de la transparencia de lo pornográfico, o el pensamiento con todos sus reveses en contraposición a la mera información abundante, o la experiencia sobre la vana vivencia, o el conocimiento sobre la información.

Han rescata la reconditez como valor en vez de la luz totalizadora que reduce todo a la brillantez que ciega y homogeniza. Por eso, si al empezar a leerlo descolocan un poco sus sentencias cortas, a veces enigmáticas, susceptibles de más de una interpretación, una vez sumergidos en su prosa uno cae en cuenta de que escribe como piensa: no quiere ser transparente, se niega a ser pura luz, no intenta quedar diáfanamente claro. Él analiza, subsume, análoga, contrasta, cruza planos, enuncia, sugiere, atrapa en su claro oscuro.

Extraño hermetismo creador. Han nos sugiere recuperar el ritmo de nuestra vida hiperactiva, hiperinformada, hipertransparente y autoexplotada, a punta de un cansancio liberador y creador. No se siente obligado a demostrar su propuesta, simplemente la enuncia con convicción.

Entonces, por cansancio…

Byung-Chul Han. En el prólogo a la sexta edición de La sociedad del cansancio nos propone una reinterpretación del mito de Prometeo a la luz de la dialéctica de la negatividad. Frente al cansancio del rendimiento encarnado en Prometeo, Han reivindica un cansancio curativo dirigido a suspender la obsesión por el rendimiento máximo. La receta por default parece ser la de un amable desarme del “Yo”.

Quizá la única forma de recuperar la negatividad necesaria para subsistir es combatiendo la autoexplotación, la hiperinformación, la hipertransparencia y todos los excesos sin otra arma que el dejar ir, el soltar o desapegarse. Algo de remembranza budista e hinduista, quizá. Pero difícilmente esto ocurrirá por la vía de la razón porque el sistema lo tiene todo copado, reducido y racionalizado. Será por propio cansancio del cuerpo. Por colapso. Por saturación. Quizás por eso es que las conclusiones que Han extrae de su análisis son tan trágicas como temerarias: “El proyecto de libertad tan importante para la civilización occidental ha fracasado. El exceso de la libertad individual ha resultado siendo el exceso del capital.” (Minuto 1:04 a 1:20 del Trailer Müdigkeitsgesellschaft – Byung-Chul Han in Seoul / Berlin, realizado por Isabella Gresser).

Fuimos en busca de la libertad que atesorábamos como al oro, y terminamos quedándonos con el oro que secuestró nuestra libertad. En la civilización del capital la libertad tiene el precio, y el costo, más alto de todos: nosotros mismos. “El sí mismo como bello proyecto se muestra como proyectil, que se dirige contra sí mismo”[17]. Han, el metalurgo-filósofo, nos revela desnudos y engañados con el oro de los tontos: a más sensación de libertad, más coacción.

Aunque el capitalismo arrecia en todos los planos y poros de la vida humana, aunque su hegemonía existencial nos amenaza, aunque caigamos en cuenta de ello, no hay demasiado que podamos hacer para evitarlo. Han vislumbra como respuesta, andar hasta el final del camino: un amable desarme del “Yo” a punta de cansancio creador. ¿Será posible? Quizás esa respuesta adolece por exceso de negatividad. O quizás ante el exceso de positividad solo su opuesto pueda volver las cosas a un equilibrio sanador. Si acaso…

Imaginativo, dialéctico y seductor, Byung-Chul Han se hunde en el pesimismo de su diagnóstico epocal.

[1] Cfr. Han, Byung-Chul, Psicopolítica, Barcelona: Herder, 2014.

[2] Han, Byung-Chul, La sociedad del cansancio, Barcelona: Herder, 2012, p. 27.

[3] Ibíd., pp. 11-12.

[4] Cfr., Han, Byung-Chul, La agonía de Eros, Barcelona: Herder, 2014.

[5] Han, Byung-Chul, La sociedad de la transparencia, Barcelona: Herder, 2013, p. 91

[6] Han, Byung-Chul, En el enjambre, Barcelona: Herder, 2014, p. 36.

[7] Ibíd., p. 94.

[8] Ibíd., p. 97-98.

[9] Castells, Manuel, Redes de indignación y esperanza: los movimientos sociales en la era de internet, Madrid: Alianza Editorial, 2012, p. 19.

[10] Ibíd., p. 20.

[11] Ibíd., p. 25.

[12] Han, Byung-Chul, Op. Cit., p. 39.

[13] Ibíd., p. 29.

[14] Ibíd., p. 32.

[15] Ibíd., p. 43.

[16] Ibíd., p. 59.

[17] Ibíd., p. 76.


*(Lima, 1969). Periodista y activista. Fundadora y directora de Sophimania, el primer portal peruano de divulgación científica. Actualmente estudia Filosofía en la PUCP.

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