martes, 4 de abril de 2017

Lo falsable en ciencia en La venganza de Hipatia

fuente: https://lavenganzadehipatia.wordpress.com/2017/04/03/lo-cientifico-como-lo-falsable-a-popper-lo-carga-el-diablo/

3 abril, 2017

LO CIENTÍFICO COMO LO FALSABLE. ¡A POPPER LO CARGA EL DIABLO!

¿Quién no ha escuchado aquello de que lo científico es lo falsable? Yo mil millones de veces, y, curiosamente, tanto entre escépticos como entre magufos, ambos apelando al mismo cliché filosófico para justificar sus ideas. Esta famosa coletilla expresa el criterio de demarcación propuesto por Karl Popper en la primera mitad del siglo pasado, sin duda alguna uno de los filósofos de la ciencia más populares fuera de los departamentos de filosofía y también uno de los más duramente criticados y controvertidos dentro de los mismos. No es precisamente un caso tan extremo como el de Feyerabend o el del programa fuerte de la sociología de la ciencia, autores casi inexistentes entre los que trabajan en el campo, pero sí un curioso caso de anacronismo social respecto a una idea que en los círculos de gente que trabaja en esto ya se considera agua bastante pasada aunque respetable en su contexto. La culpa en última instancia es de los filósofos de la ciencia, que no divulgan lo suficiente, pero también se debe a la sensual simplicidad de la idea de Popper. No hace falta darle muchas vueltas para entender que es una intuición interesante y que, presentada con el habitual aderezo del complejo de Edipo y la infalsabilidad del psicoanálisis, tiene un gran impacto psicológico. Pero, ¿hasta qué punto la cosa no pasa del mero impacto psicológico? ¿Hasta que punto lo científico es realmente ‘lo falsable’?


Argumentaré que la cosa es en buena medida puro impacto psicológico que envuelve una idea que, de un modo diferente a como Popper la planteaba, sí nos puede servir para reconocer ideas que nunca podrían ser científicas.

En este sentido:

1) El criterio de falsabilidad realmente, para decepción de Popper, es un criterio de demarcación entre física y metafísica, no entre ciencia y pseudociencia. Y, además, no es un criterio para demarcar la metafísica que nos deje satisfechos —¿es acaso el complejo de Edipo una afirmación metafísica?—.

2) No puede haber ciencia infalsable ni metafísica falsable, pero sí pseudociencia falsable —’incorporar ADN en las cremas para la piel es una valor añadido’ o ‘la homeopatía cura el cáncer’ son afirmaciones claramente falsables y falsadas—.

3) La visión popperiana de la falsación es una idea bastante hardcore y todo un constructo teórico que, además que haber terminado muriendo sepultado bajo el propio peso de sus incongruencias y añadidos, resulta un enfoque inadecuado para caracterizar la labor científica a nivel lógico y metodológico.

Los orígenes del falsacionismo: las críticas de Popper al verificacionismo

Popper entró en contacto a finales de los años 20 con los miembros del Círculo de Viena. Era un autor muy joven, prácticamente desconocido y que, además, se resistió desde un principio a aceptar algunos de los postulados básicos de los planteamientos filosóficos del Círculo. Por todo ello su participación no fue demasiado intensa aunque sí muy interesante, dado que, pese a haber tenido algunas desavenencias con algunos pensadores afines al Círculo (Chapa Suela, 2004) —especialmente con Neurath y Reichembach, que le dedicaron sendos artículos críticos en la quinta edición de Erkenntnis—, mantuvo relaciones cordiales y colaborativas con muchos de sus miembros —especialmente con Feigl y Carnap, que incluso le firmó una carta de recomendación (Carnap, 1936b). En el año 1934 publica su Lógica de la Investigación Científica (Popper, 1986), donde critica con vehemencia muchas de las ideas que sostenía la propuesta verificacionista de demarcación, y, en un intento de mantener la empresa demarcacionista, propone un nuevo criterio que trataba de obviar toda lógica inductiva y todos los problemas lógicos y metodológicos del verificacionismo: el criterio falsacionista. Popper apuntó sus cañones tanto contra el verificacionismo fuerte como contra el débil —el verificacionismo de facto y la verificabilidad en principio—, dado que las insuficiencias que sacó a relucir afectaban a ambos sentidos de la verificabilidad, aunque con diferentes matices y gravedad en cada caso.

El principal problema del verificacionismo es el que concierne a las leyes científicas. Si aceptamos como criterio de demarcación únicamente aquellos enunciados que puedan ser concluyentemente verificados, entonces no tendremos ningún problema con los enunciados protocolares —independientemente de que estén expresados en vocabulario fenomenalista o fisicalista— que constituían, según el empirismo lógico, el total del significado de los conceptos y de las teorías científicas. Pero nos encontramos con el insalvable problema de que las leyes científicas quedarían fuera del ámbito de la ciencia, dado que, por definición, sus instancias de verificación son infinitas —ya que incluyen todas sus instancias pasadas, presentes y futuras— y no serían susceptibles de verificación concluyente. Al nivel de la lógica puramente formal, si las instancias de verificación de una ley son infinitas todo espacio muestral posible de tales instancias será estadísticamente irrelevante y el nivel de verificación de la ley tendrá siempre a cero. De hecho, podríamos tener problemas incluso con enunciados no universales pero sí muy generales. También sucede que las observaciones siempre vienen cargadas y sesgadas por una teoría observacional, que también tendría que ser verificada por medio de otra. En este sentido, para salvar al verificacionismo o conseguimos construir el edificio del conocimiento en base a enunciados protocolares incontrovertibles —un proyecto fundacionalista que la experiencia de la historia nos ha dejado saber que tiene poco futuro—, o podemos caer en un regreso al infinito. Sin embargo, y como veremos, sin querer Popper acabó tropezando con la misma piedra.

La crítica que apuntó Popper consistía, al fin y al cabo, en el viejo problema de la inducción ya planteado por Hume. Esta crítica bastaría para derrumbar el verificacionismo fuerte y el criterio de significación empírica wittgensteiniano que lo fundamentaba. El verificacionismo débil —también llamado a veces ‘neojustificacionismo débil’ y que se relaciona de una forma arcaica con el confirmacionismo (Carnap, 1936a)—, por su parte, sí lograría superar el problema en sus desarrollos posteriores de una forma relativamente elegante, aunque algo intrincada. Me limitaré aquí a indicar que, pese a las ventajas del confirmacionismo, el ataque popperiano a su noción de justificación probablística se mantuvo a lo largo de toda su producción intelectual, considerándolo siempre la mejor crítica contra la lógica inductiva.

A esta crítica puramente lógica se sumaba una segunda de tipo lógico-metodológica que pretendía sacara a relucir una falacia argumental en el seno de la metodología científica desarrollada por el Círculo —una metodología que fue, de hecho, bastante inocente, y que suele denominarse ‘concepción heredada’—. Popper consideró que en ella subyacía una falacia de afirmación del consecuente. Recordemos que una falacia de afirmación del consecuente es toda estructura argumentativa que posee la siguiente forma:

1) Vx (Px→ Qa)

2) Qa

3) Luego, Px.

Durante el proceso de verificación de los enunciados científicos la verificación de las implicaciones fácticas de las teorías pretendía ser un proceso concluyente, pero Popper indicó —de forma muy acertada— que no lo era. Los miembros del Círculo que abogaban por la verificación en el sentido fuerte defendían que la implicación existente en 1 no debía ser entendida como un condicional, sino como un bicondicional. Sin embargo, este argumento es insostenible sin apelar a nociones muy extrañas de corte wittgensteniano, y la aparición de la falacia se convierte así en insoslayable para el verificacionismo fuerte. Nuevamente nos encontramos con un criterio y una metodología exageradamente estrictos. Y nuevamente, esta crítica popperiana hiere fatalmente al verificacionismo fuerte. La versión débil, por su parte, logra zafarse del argumento, aunque no sin tener que hacer grandes concesiones.

El último de los golpes que Popper lanzó al verificacionismo vino de la mano de la denominada ‘tesis de la asimetría’. Esta crítica tiene un carácter diferente, dado que no se basa en sacar a relucir los problemas lógicos o metodológicos de la verificación, sino en poner de relieve la mayor potencia e implicaciones cognitivas que tienen las falsaciones de las hipótesis científicas en contraste con las, en su concepción, siempre controvertidas e insuficientes instancias que las verifican. Popper esgrime que hace falta una enorme cantidad de instancias de verificación —incluso infinitas como en el caso ya comentado de las leyes— para aceptar una hipótesis científica y elevarla al rango de teoría, pero basta con una única falsación de la hipótesis o teoría para tener que desecharla —este es el origen, de hecho, de lo que Lakatos denominaría como la ‘racionalidad instantánea’ de Popper—. La falsedad de un enunciado científico se podría deducir lógicamente de un único enunciado singular. En ciencia sería más sencillo destruir teorías que construirlas, al menos a un nivel lógico, dado que las leyes y las teorías serían parcialmente decidibles a la luz de los hechos pero fácilmente falsables. Serían entonces las falsaciones el auténtico espíritu de la ciencia y los enunciados que las expresan aquellos con genuina significación empírica. Esta cuestión fue la que finalmente espoleó a Popper a abandonar toda tentativa de reformar el verificacionismo, prefiriendo explotar la tesis de asimetría para elaborar una propuesta demarcativa y metodológica desde la noción de falsación.

La otra cara de la moneda: un criterio de demarcación falsacionista

Hasta ahora me he centrado en la faceta destructiva de Popper. Veamos ahora en detalle cuál es la propuesta que construye para paliar las carencias del verificacionismo. Popper explotó con mucha audacia lo problemas lógicos existentes en la concepción verificacionista y, teniendo en cuenta la potencia epistemológica de las falsaciones en el desarrollo de la ciencia, desarrolló un nuevo criterio de demarcación entre ciencia y no-ciencia que se basaba justamente en ese punto. Ahora los enunciados científicos no tendrían que ser verificables, sino falsables, los de la no-ciencia, por lo tanto, serían aquellos que no son suceptibles de ser falsados o que, siéndolo, ya lo han sido. Sin embargo, y pese a lo acertado de sus críticas, veremos que su propuesta adolece de varias carencias tanto lógicas como metodológicas, y que en bastantes sentidos acaba por ser una especie de ‘otra cara de la misma moneda’ en relación al verificacionismo: ambas acabaron siendo propuestas demarcativas monocriterio elaboradas a priori que mostraban bastante desidia por el análisis de la práctica real de la ciencia, compartiendo, además, un cierto espíritu extremista.

Según su concepción, la ciencia funcionaría como una sucesión de hipótesis audaces que se ven superadas unas por otras por medio de falsaciones; debemos aferrarnos a las falsaciones y guiarnos por ellas. La asimetría lógica entre la verificación y la falsación permitiría que la mera lógica deductiva sirva para evaluar las proposiciones científicas. La ciencia dejaría así de lado la utilización del Modus Ponens, cuyo empleo, consideraba Popper, no se sostenía desde la lógica formal, para pasar a funcionar por medio de la aplicación sistemática del Modus Tollens. Este proceso generaría una actividad científica radicalmente crítica capaz de producir hipótesis cada vez más y más resistentes a la falsación. Para Popper, toda hipótesis, aunque sea incorrecta, puede encontrar instancias en las cuales funcione, con lo cual ello sería irrelevante en relación a su adecuación empírica. Sin embargo, si una teoría superara con éxito sucesivos y despiadados intentos de falsación, entonces estaría mostrando un suficiente temple como para preferirla sobre otras rivales que traten de explicar la misma parcela del mundo —la hipótesis estará entonces, en terminología popperiana, ‘corroborada’—. Sin embargo, su inicial instrumentalismo antirrealista sufriría varias transformaciones dramáticas, tanto por la inclusión de la noción de verdad por influencia de Tarsky, como por su posterior defensa a ultranza del realismo desde una perspectiva bastante metafísica. Pero, pese a ello, nunca dejó de lado su visión deductivista de la ciencia. La última etapa de Popper, es sencillo imaginarlo, está llena de contradicciones internas que no abordaremos aquí, pero que hicieron que el falsacionismo quedara sepultado bajo el peso de la extraña naturaleza de sus añadidos.

La propuesta demarcativa y metodológica de Popper está enteramente centrada en las instancias negativas de las teorías científicas. Son éstas las que soportan todo el peso de la ciencia: determinan la cientificidad de sus proposiciones, se encargan de descartar las hipótesis y de corroborar las que se aceptará provisionalmente como válidas la comunidad científica. Las hipótesis científicas más valiosas serían de este modo aquellas que enseñan y dejan vulnerable el cuello, aquellas más improbables, las que realizan predicciones más sorprendentes y las que vencen sus intentos de falsación. Por ello, en la ciencia ha de existir una relación de proporcionalidad inversa entre el tamaño y el detalle del contenido informativo de las hipótesis científicas y su probabilidad. Las hipótesis —o ‘conjeturas’, como las suele llamar Popper— más falsables son las más valiosas y las más científicas dado que son más susceptibles que otras de ser falsadas.

Pero los procesos de falsación necesitan de cierta objetividad y por ello han de basarse y expresarse en lo que Popper denomina ‘enunciados básicos’. Las características principales de los enunciados básicos son: (1) Han de ser lógicamente consistentes con la teoría que pretenden falsar. (2) Han de ser espacio-temporalmente explícitos. Y (3) han de exponer un procedimiento experimental que nos permita establecer su valor de verdad —de ahí que haya afirmado antes que Popper tropezó con la misma piedra que los verificacionistas y sus enunciados protocolares—.

Al aplicar su criterio de demarcación, Popper es mucho más meticuloso que sus predecesores a la hora de clasificar a la no-ciencia —que el Círculo se limitaba a caracterizar como metafísica—. Algo que tienen en común una gran cantidad de las ideas no-científicas es que no son susceptibles de ser falsadas porque, o son entramados conceptuales autovalidantes que funcionan como círculos viciosos (Brudry y Braeckman, 2011; 2012) o los conceptos y proposiciones que contiene la hipótesis son de carácter metafísico y, con ello, imposibles que ser sometidos a falsación empírica. Popper fue mucho más combativo y explícito con estas cuestiones, dedicando largos pasajes a criticar la carencias metodológicas y la metafísica presente en varias pseudociencias e ideologías —a esta última labor dedicó, de hecho, casi toda su primera etapa antihistoricista (Popper, 1973)—.

Un caso clásico de esto lo encontramos en el psicoanálisis —si un niño presenta síntomas de tener el complejo de Edipo entonces lo tiene, pero si no presenta los síntomas también lo tiene pero los está reprimiendo—, mientras que un buen ejemplo del segundo caso pueden ser las pseudomedicinas que, como el reiki o la medicina tradicional china o la orgonterapia, propugnan la existencia de un tipo de energía de carácter metafísico. De todos modos, su análisis de la pseudociencia es incompleto, dado que algunas de ellas están conformadas por corpus de ideas perfectamente falsables, pero hacen un mal uso de la metodología de la ciencia, ya sea desarrollando mal sus investigaciones por determinados factores, ya sea por negarse a afrontar las falsaciones —aunque en algunas de sus críticas al historicismo, sobre todo al marxismo, o en sus reproches a la biología evolutiva, que consideraba falsada sin que sus teóricos se hayan dado por aludidos, sí emplea esta idea aunque sin desarrollarla en detalle—. Además, muchas pseudociencias son consideradas de ese modo sin haber tenido una falsación explícita. Adelantando problemas al criterio falsacionista de demarcación, simplemente hay muchas cosas falsables que no son científicas. ¿Podemos considerar a la homeopatía una hipótesis científica aceptable mientras apele a una explicación tan deficiente como la memoria del agua?

Los problemas del criterio falsacionista

El criterio de demarcación y la metodología propuesta por el falsacionismo pueden ser, y así fueron, sometidas a varias y contundentes críticas que las hacen insostenibles (Hansson, 2006; Suarez-Iníguez 2008). Los principales críticos de Popper fueron, de forma relativamente diplomática e indirecta, Carnap, y de forma muy directa Lakatos. A continuación van los golpes que considero más relevantes:

1) Si la propuesta verificacionista era incapaz de incluir a las leyes como parte de la ciencia, el falsacionismo ha de afrontar el mismo problema con ciertos tipos de proposiciones existenciales, de modo que ambos dejan fuera del ámbito de la ciencia un tipo de proposición de podríamos considerar como central en la actividad científica. El problema del falsacionismo en este sentido es que siempre pone la carga de la prueba en el crítico y nunca en el que defiende una determinada proposición o conjetura. Esta forma de atribuir la carga de la prueba al crítico resulta muy acertada en los casos de las proposiciones que niegan la existencia de determinada entidad. Por ejemplo, la responsabilidad de la prueba respecto a una proposición como “los caballos alados no existen”, o “Dios no existe”, pertenece a quien pretenda negarla, no a quien la defiende. Consideramos que hay que aceptarla como válida hasta que encontremos un caballo alado o pruebas de la existencia de Dios, una forma de razonamiento que aplicamos todos en nuestro día a día. Esto constituye una actitud crítica sana cuando las condiciones de falsación de la proposición son posibles, pero para ello debemos exponer claramente tales condiciones de falsación, de lo contrario podría transformarse en una Probatio Diabólica y escapar del ámbito de la ciencia.

Pero la cuestión se transforma en un problema muy serio en el caso de las proposiciones que afirman la existencia de algo, como “los caballos alados existen”. Siguiendo a Popper, esta proposición no sería científica dado que no es falsable. Sin embargo, resulta intuitivo pensar que es una labor habitual de la ciencia el negar la existencia de entidades como hadas, duendes o caballos alados, ya sea por razones lógicas, físicas, químicas o biológicas, y el falsacionismo es incapaz de hacerse cargo de tal función. Este problema cristaliza en dos cuestiones súmamente problemáticas para el falsacionismo. Por un lado, que en estos caso la carga de la prueba debería recaer en aquel que propone la existencia de una entidad o proceso tan extraños como un caballo alado, la memoria del agua o las ‘vibraciones’ de las flores de Bach o la numerología, y el falsacionismo no contempla tal posibilidad como científicamente válida. Y, por otro lado, que el proceso de aceptación de la existencia fáctica de las entidades que emplean las teorías científicas quedaría retratado de un modo tremendamente retorcido y ajeno al funcionamiento real de la ciencia. ¿Creemos en la existencia de los átomos porque nadie ha logrado falsar su existencia con una teoría mejor, o lo hacemos por la enorme cantidad de manipulaciones y predicciones que podemos hacer con ellos y por la evidencia que tenemos de su existencia? Se trata de un problema diametralmente complementario al del verificacionismo, siendo ambas cuestiones contrapartes lógicas igualmente incapacitantes.

2) El segundo problema es que el falsacionismo popperiano supone una ficticia racionalidad instantánea en relación a las falsaciones, algo que se expresa bajo la idea de los experimentos cruciales. Una vez que una conjetura ha sido falsada por uno de estos experimentos tendría que ser inmediatamente desechada, quedando todo trabajo posterior acerca de ella retratado como una actividad irracional y anticientífica. Esta idea fue súmamente criticada por Lakatos, que argumentó que los experimentos cruciales únicamente lo son, si es que lo son, cuando vemos retrospectivamente la historia de la ciencia y muy difícilmente en el mismo momento de ser llevados a cabo. Normalmente la muerte de una hipotesis/teoría – conjetura es lenta y la agonía pasa por el fracaso de sus practicantes para poder tratar de hacer frente a las falsaciones. Aunque muchas veces consiguen sobreponerse a ellas empleando varias estrategias —criticar la teoría observacional del rival, encontrar mas evidencia a su favor en otra parcela de la realidad, etc.—, algo que retrata la racionalidad instantánea como una idea puramente fantasiosa que no casa en absoluto con la historia y la práctica de la ciencia.

Lakatos llamó a las ideas de Popper ‘falsacionismo dogmático’, ya que que presuponen una base empírica infalible que permita la pura racionalidad deductiva, una idea de la que se desprende un criterio de demarcación extraordinariamente estricto que podría acabar estrangulando el desarrollo de la ciencia al hacer irracional una parte importante de ella. Por ejemplo, ¿son todas las conjeturas capaces de explicitar sus condiciones de falsación? Ante esto, Popper trató de hacer más laxo su criterio pasando del falsacionismo dogmático al falsacionismo en principio —que la conjetura sea lógicamente posible de falsar, no necesariamente posible a nivel práctico; una evolución equivalente a la vivida por su hermano siamés el verificacionismo— y siendo algo más laxo con la presencia de la metafísica en los programas protocientíficos. Pero, pese a todo ello, siempre supuso la racionalidad instantánea, lo cual continuó manteniendo los mismos problemas de siempre.

3) Otro de los problemas de la propuesta falsacionista es el que concierne a la naturaleza de los enunciados básicos. Popper postuló que toda observación estaba cargada de teoría y que, por ello, las conjeturas siempre eran susceptibles de revisión y crítica. Sin embargo, para hacer a las falsaciones parte de un proceso objetivo de racionalidad instantánea se vio obligado a convertir a las teorías observacionales en teorías dogmáticas. Así consiguió evitar el regreso al infinito, ya que de otra forma siempre se podrían falsar las teorías observacionales y la falsación no sería ya susceptible de racionalidad instantánea. A fin de no chocar con su afirmación de que toda observación siempre está condicionada por la teoría, en última instancia postuló la existencia de una ‘base empírica convencional’ aceptada por decreto por la totalidad de la comunidad científica. Esta idea no se trata de hechos objetivos ni de enunciados protocolares, se trata de algo muchísimo peor. El problema es que esto no es capaz de darle un estatus superior a la ciencia sobre otras maneras epistemológicas, dado que, en última instancia, la ciencia se basaría en un consenso con un alto contenido de arbitrariedad, casi ideológico. Esta idea es una de las muchísimas cuestiones que Popper afirmaba taxativamente sin aportar demasiado argumentacion… Si lo hubiera hecho, ¿habría tenido que aceptar algún tipo de concepción débil de paradigma kuhniano? En mi humilde opinión, sí.

4) La teoría de la verdad original de Popper era extraordinariamente laxa. Las teorías científicas eran entendidas como meros instrumentos, meras conjeturas que no tenían por qué tener ninguna correlación con el mundo real. Popper fue posteriormente conciente de esta cuestión y, en un movimiento bastante sorprendente por pasar de un extremo del espectro al otro sin mucho sentido racional, comenzó a introducir defensas del criterio de verdad por correspondencia (Rivadulla, 1986) y del realismo en todos sus sentidos. Pero ello no hizo que cambiara su metodología, con lo cual hay en Popper una tensión constante entre su metafísica teoría de la verdad y su metodología científica (Kamino, 1996). Toda teoría sería una mera conjetura que apoyamos porque no tenemos nada mejor, pero no podemos medir su acomodación al mundo, su contenido de verdad. Sin embargo, por otro lado, defiende que las teorías científicas sí se acomodan de un modo radicalmente objetivo al mundo e incluso fundamentó esta opinión en argumentos basados en el neodarwinismo.

Por un lado, su epistemología tiene serios peligros de caer en el pragmatismo al postular que las teorías son meras conjeturas útiles para ciertos fines, sosteniendo una teoria de la verdad casi pragmatista basada en esta idea, pero, por otro, tiene una vertiente fuertemente platónica en la cual la ciencia es entendida como una actividad que nos va acercando progresivamente a la verdad por medio de una sucesión de teorías con cada vez mayor contenido de ella (Popper, 1972). Parecen haber dos poppers diferentes que se solapan uno con el otro pero que nunca discuten entre sí, sino que conviven en una aparente e irritante armonía.

Tiendo a sostener que la versión más ortodoxa que se desprende de su metodología científica es la interpretación pragmatista. Desde la óptica falsacionista no tenemos ninguna herramienta para poder emplear la verdad por correspondencia tarskiana, por la sencilla razón de que la imposibilidad de refutar una teoría no es realmente un argumento a favor de su verdad fáctica. No poder refutar una teoría es una razón para pensar que hasta ahora no la hemos podido refutar, nada más. Para medir su adecuación al mundo, en cambio, lo que tenemos que hacer es observar cómo funciona cuando se aplica a él y es confirmada por este. Popper quiere evitar a toda costa dicha forma de proceder, la de sus rivales confirmacionistas, y por ello retuerce el sentido habitual de ‘verdad’ hasta llevarlo a límites pragmatistas. “Si no lo puedo refutar es verdad, si no lo puedo refutar mucho, es más verdad” es un razonamiento falaz si tomamos en consideración la noción intuitiva de verdad —de hecho, es una falacia de apelación a la ignorancia bastante evidente—.

A Popper lo carga el diablo

Popper pudo haber establecido un criterio demarcación, pero no pudo ni justificarlo correctamente ni tampoco establecer que la ciencia sea superior a la no-ciencia sin tener que apelar a una metafísica muy barroca. Lakatos lo expresa con meridiana claridad cuando afirma que “el criterio de demarcación de Popper nada tiene que ver con la epistemología. Nada afirma sobre el valor epistemológico del juego científico… uno puede creer… que existe el mundo externo, leyes naturales e incluso que el juego científico produce proposiciones cada vez más próximas a la realidad, pero… son simples creencias animales. No hay nada en La Lógica de la Investigación Científica con lo que deba de estar en desacuerdo el escéptico más radical” (Lakatos, 1978). El ‘giro tarskiano’ posterior de Popper y su teoría de la verosimilitud sólo acrecentaron la inconsistencia interna del falsacionismo. De hecho, la filosofía de Popper, en general, fue poco a poco caminando hacia una inconsistencia cada vez más acusada en todos los niveles hasta llegar a puntos alarmantes, como sus neurotonterías escritas con Eccles o su bizarra teoría de los tres mundos.

Al igual que el verificacionismo, el falsacionismo es un una metodología construida de forma enteramente apriorística, sin atender a la práctica real de la ciencia. Se empeña en negar todo inductivismo o justificacionismo pese a que en la ciencia son abundantes los casos en los cuales los científicos realizan razonamientos y aceptan hipótesis en base a sus instancias de confirmación. Niega todo papel a la confirmación de las teorías y da una imagen irreal de la falsación, como si de un proceso instantáneo se tratara. El falsacionismo popperiano se parece muy poco a lo que los científicos hacen en la realidad y por ello es una metodología imposible de llevar a cabo, que, además, tampoco es capaz de explicar muchos de los eventos de la historia de la ciencia y entenderla como una actividad racional.

Por su fuera poco con esto, el criterio de falsabilidad resulta extraordinariamente centrado en la física o ‘físicocéntrico’ —algo, por otro lado, bastante habitual en la época—, considerando a la física el paradigma de la cientificidad y cuya metodología específica habría de reproducirse en el resto de ciencias. Un problema de esta idea es que este criterio de demarcación funciona relativamente bien en física, pero cuando es aplicado ya no a ciencias sociales sino a la propia biología no funciona en absoluto. Prueba de ello fue la terquedad con la que Popper denegó el estatus de ciencia al programa neodarwinista de investigación (Diéguez, 2005) —efectivamente, Sir Karl Popper consideró a la teoría de la evolución una pseudociencia toda su vida y, de hecho, hizo sus propias aportaciones pseudocientíficas al respecto para ‘mejorar’ la teoría desde un punto de vista altamente ideologizado—. Desde su punto de vista la ciencia no puede versar sobre hechos únicos e irreproducibles y por ello le aplica una crítica parecida a la que le aplica a, por ejemplo, el marxismo. Quizás en este punto podría contraargumentarse que el problema de esta evaluación tan errada no fue propiamente del criterio de demarcación falsacionista, sino de un Popper que nunca llegó a comprender realmente el neodarwinismo —concibiéndolo como una ‘historia de la evolución’—, sin embargo el problema es una conjunción de ambas cuestiones. Así, el criterio de demarcación falsacionista es, por un lado, demasiado estricto con los propios científicos y, por otro, demasiado laxo con las pseudociencias, ya que muchas de ellas son efectivamente falsables pero no por ello sus proposiciones son científicas.

En resumen: los sistemas autovalidantes e imposibles de refutar no son científicos y ello es algo que debemos tener en cuenta al demarcar entre ciencia y pseudociencia, pero no deberíamos hacer esta valoración mirando la ciencia desde unas gafas popperianas o confiar únicamente en esta característica —por ejemplo, podemos optar por considerar que las hipótesis para ser candidatas a teorías científicas, han de ser susceptibles de recibir disconfirmaciones—. En pedante podríamos decir que la posibilidad de recibir disconfirmaciones es necesaria pero no suficiente para ser ciencia.

Por Angelo Fasce

Boudry M, Braeckman J (2011) Immunizing strategies & epistemic defense mechanisms. Philosophia 39(1): 145-161.

— (2012) How Convenient! The Epistemic Rationale of Self-validating Belief Systems. Philosophical Psychology 25: 341-364.

Carnap R (1936a) Testability and Meaning. In: Feigl H, Brodbeck M (eds.) Readings in the Philosophy of Science. Nueva York: Apple, Century y Crofts, inc.

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Chapa Suela LM (2004) La relación crítica de Karl Popper con el Círculo de Viena y Ludwig Wittgenstein: Datos e interpretaciones. (Tesis Doctoral).

Diéguez A (2005) Popper como filósofo de la biología. In González W (ed) Karl Popper: Revisión de su legado. Madrid: Unión Editorial.

Hansson SO (2006) Falsificationism Falsified. Foundations of Science 11(3): 275-286.

Kamino K (1996) On Popper’s Metaphysical Realism. In Memory of Sir Karl Popper. Annals of the Japan Association for Philosophy of Scienc 9(1): 47-57.

Lakatos I (1978) The Methodology of Scientific Research Programmes. Cambridge: Cambridge University Press.

Popper K (1972) Objective Knowledge. Oxford: Clarendon Press.

—  (1973) La miseria del historicismo. Madrid: Taurus.

— (1986) La lógica de la investigación científica. Barcelona: Laia. Rivadulla A (1986) Filosofía actual de la ciencia. Madrd: Tecnos.

Rivadulla A (1986) Filosofía actual de la ciencia. Madrid: Tecnos.

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