El meme como evolución de la caricatura política

“No es la más fuerte de las especies la que sobrevive y tampoco la más inteligente.
Sobrevive aquella que más se adapta al cambio”.
Charles Darwin



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Por: Manuel Figueroa

Al principio fue el verbo. Inmediatamente después la sátira. El verbo como acto de autoridad, como afirmación de investidura, como declaración de omnipotencia. El verbo como poder. La sátira como su espejo distorsionador. Como un eco incoherente. Como una sonrisa de soslayo.


La convivencia humana, para funcionar, ha necesitado del poder como elemento regulador. Ya sea que dicho poder se base en la divinidad, en la fuerza, en la sabiduría, o en el voto, éste siempre busca ampliarse omnipresentemente hasta los últimos resquicios de la sociedad, pues se siente justificado para abarcar todo lo humano, material y abstracto, en cuerpo y alma, en vida y muerte. Pero como ya lo sentenció Lord Acton “el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Por ello la historia de la humanidad es el resumen de la lucha por el poder, y por contenerlo. En ese afán continente, la sátira como punta de lanza ha dado siempre la primera estocada; como un mosquito que pasa inadvertido entre las murallas y los ejércitos, pues no hay fusil, decreto ni cadalso que lo amedrente. Permítaseme un botón de muestra: El 15 de agosto de 1945 con la rendición incondicional de Japón se declaró el término de la Segunda Guerra Mundial, y el Mariscal Stalin, que fue un actor clave en el resultado de dicha guerra, aparece en las fotos de ese evento sonriente y muy orondo, pues se supo fortalecido a nivel global para acrecentar su poder; para nada imaginaba que dos días después se publicaría La Rebelión en la Granja, obra que, con su sátira cáustica, minó al régimen totalitario soviético más que toda la producción de armamento nuclear en Occidente.


¿En dónde radica la fuerza de la sátira? En la risa. ¿Y por qué en la risa?, se pregunta la gente seria. Porque “el hombre es lo más cómico cuando se toma demasiado en serio”, respondió hace dos mil años el latino Publio Sirio (aunque 20 siglos después Groucho Marx interpeló con un gesto, que casi unió sus enormes cejas con su vasto bigote, que “La risa es una cosa muy seria”).


Luego entonces, es el efecto que produce la sátira, más que su forma, lo que le nutre de poder para contrarrestar al poder. Ya sea que la sátira viene envuelta en una pintura rupestre de hace diez mil años, o en versos yámbicos de veinticinco siglos de edad, o en la satura qua genus bellamente escrita por Juvenal en papiros, o simple y llanamente en dibujos grotescos del César, mal pintarrajeados en las paredes del Aventino. Es el efecto, no el formato. Hay que medir la fuerza de la sátira por la risa que produce. La envoltura es meramente instrumental. Puede venir en cánticos de juglar, o en una hoja volante hábilmente caligrafiada por un copista medioeval; en un panfleto impreso con tipos móviles o en una película en blanco y negro (se recomienda “El Gran Dictador” de Chaplin) o en cine tecnicolor (se recomienda “La ley de Herodes” de Estrada), escrita en verso o en prosa, en caricatura o en meme, pero lo importante de la sátira siempre será su capacidad para detonar la risa, aunque se valga de la vulgaridad, de la burla y la ironía, del desprecio o el sarcasmo. ¿Qué la sátira puede ser injusta? Seguramente. Hipérbole y parodia tienen como ruta la exageración, y lo exagerado es el opuesto epistemológico de lo justo. Pero aquí no se trata de ser justos, sino de contener al poder con humor. Como dijo Cabrera Infante: “Parodio no por odio” (pero Castro no le creyó y en su isla lo prohibió).


En ese orden de ideas, la sátira en la era digital es lo mismo que en la era de las cavernas, pues siempre ha perseguido el mismo fin (burlarse del poder) desde que unos gruñidos murmurantes se articularon en las primeras comunidades humanas, hasta las imágenes digitales que llegan a la velocidad de la luz hasta ahí donde existe un dispositivo multimedia con señal de internet. La diferencia ha sido el vehículo en que la sátira viaja, pues se ha valido para su profusión de herramientas diferentes según la época, y que como la medicina o la guerra, han ido aparejadas de la evolución tecnológica.

A riesgo de realizar un despropósito, ampliemos la sentencia darwiniana del segundo epígrafe: Tampoco sobrevive el más bello, ni el más sofisticado, ni mucho menos el más elaborado. Sólo el que mejor se adapta al cambio del entorno. Para efectos de nuestro tema dicha máxima de la evolución se corrobora en todas las etapas del cambio tecnológico de los medios de difusión y comunicación. Es notable cómo la Ilustración con su imprenta volvió obsoleto el oficio medioeval de copista y en cómo la Era Industrial avasalló con la radio y la televisión a la prensa, aunque conservándola. La difusión de información, conocimiento, entretenimiento y sátira, vía voces e imágenes, llegó a tal grado de masificación en la Era Industrial, que se llegó a intuir la desaparición de la escritura por desuso. Sin embargo, con el advenimiento de la Era Digital e internet, volvieron a cambiar las reglas del juego. Con las redes sociales digitales la escritura volvió a ser una herramienta indispensable para la comunicación entre personas. Es cierto, actualmente se usa una escritura que no cumple con las más elementales normas de las academias de la lengua, pues se apoya en palabras cercenadas y una ortografía salvaje. Pero en descargo de los miles de millones de usuarios de este tipo de escritura, se debe aclarar que la lengua es una cosa viva, mutante, que siempre va por delante de la academia (recordemos que el español, el francés y el italiano son el latín de los pobres), o como asevera Chomsky: “El lenguaje de hoy no es peor que el de ayer. Es más práctico. Como el mundo en que vivimos.”


Así las cosas, el meme ha rebasado a la caricatura como el vehículo principal de la sátira (meme es el nombre concebido en términos biológicos por Richard Dawkins “como una pequeña unidad cultural que se transmite, al igual que los genes, de persona a persona por imitación o como simple copia” y que dio nombre después al formato multimedia con imágenes y poco texto, preferido de los usuarios de internet). Uno de los motivos es que las caricaturas requieren tiempo, talento, esfuerzo, y por lo mismo, paga. Los memes no requieren ninguna de las anteriores. Si eso es bueno o malo, justo o injusto, inteligente o estúpido, es otro asunto. Ahora bien, comparar a la caricatura con el meme en términos estéticos o de sofisticación, sería tanto como comparar a un diminuto y simple mamífero con un majestuoso dinosaurio. O comparar un elegantemente manuscrito medioeval con una vil impresión. O una puesta en escena con un programa televisivo. Y así sucesivamente. El meme carece de casi todas las bondades que le pertenecen a la caricatura. Pero tiene 3 ventajas comparativas cruciales: el meme puede ser anónimo (lo cual lo vuelve invulnerable a la censura); el meme puede mutar y reproducirse en segundos y a ínfimo costo; y lo más importante: un meme puede mover a la risa a miles de millones de personas en tan sólo minutos. ¿Se puede concluir entonces que el meme es mejor que la caricatura? De ninguna manera. Sólo es más apto para sobrevivir en la Era Digital.





La sátira en la Era Digital: el meme como evolución de la caricatura política






La sátira en la Era Digital: el meme como evolución de la caricatura política

“La sátira es el arma más eficaz contra el poder: el poder no soporta el humor,

ni siquiera los gobernantes que se llaman democráticos,

porque la risa libera al hombre de sus miedos”.

Darío Fo.



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