jueves, 31 de agosto de 2023

Historia de la Casa Cuna Argentina - Origen y Objetivos (2)

 Historia de la Casa Cuna Argentina - Origen y Objetivos

Por Dr. Pablo A. Croce (https://es.scribd.com/document/140288601/Historia-de-La-Casa-Cuna-Soll#)


DE LA ORGANIZACIÓN NACIONAL A LA ACTUAL UBICACIÓN


Recién en 1852, con la caída de Rosas, por Decreto de Vicente López y Valentín Alsina, se restablece la Sociedad de Beneficencia, ahora presidida por la ya anciana Mariquita Sánchez, famosa por haber sido la primer mujer en Buenos Aires que se negó a casarse con el hombre impuesto por su padre, aquélla en cuya casa se cantó por primera vez el Himno Nacional y en la que se conocieron San Martín y Remedios de Escalada; también integraban la Sociedad Pilar Spano de Guido (esposa de Tomás Guido y madre del poeta), Lucía Riera de López (esposa de Vicente López y Planes y madre de Vicente Fidel López) y, por decreto de Urquiza, Agustina Rosas de Mansilla (hermana de Don Juan Manuel y madre de Lucio V. Mansilla).


La vocación por la beneficencia (y por el prestigio social) reunía a señoras cuyos familiares varones estaban violentamente enfrentados entre sí.


La Sociedad rehabilitó la Casa de Expósitos, fundamentalmente por la valiosa donación de Mariquita Sánchez y 66 onzas de oro legadas por el General Urquiza. Según el Ministro de Gobierno, Bartolomé Mitre, la reapertura de la Casa fue el más bello monumento de la caridad pública.


Si bien las damas se reservaron el papel de Inspectoras y las decisiones más importantes, pusieron ininterrumpidamente como directores a prestigiosos pediatras, entre ellos  a futuros profesores de la materia en la Universidad de Buenos Aires.


Desde 1855 fue Director Manuel Blancas, nacido en Jerez de la Frontera, España, quien posteriormente creó la Cátedra de Enfermedades de los Niños y su Clínica Respectiva, de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, por lo que se lo considera fundador de la enseñanza de Pediatría en la Argentina.


Hizo el primer diagnóstico de difteria en el país en 1856; se destacó en la asistencia de pacientes en las epidemias de Cólera de 1867 y de Fiebre Amarilla de 1871 en Buenos Aires, y a pedido especial de Bartolomé Mitre, en la evaluación sanitaria de las víctimas del terremoto de Mendoza de 1861 y de los heridos de la Guerra del Paraguay, repatriados a Buenos Aires. En 1883, Blancas fue nombrado Académico de la Medicina.


En el Reglamento de 1855, se establece que los médicos de la Casa de Expósitos deben curar a los enfermos, registrando sus malestares, cuidar a los internos sanos, vacunar y visitar a los expósitos externos, vigilar el estado de salud de las amas y atender el botiquín, exigiéndoles que coloquen en aislamiento a los que padezcan coqueluche, sarampión, garrotillo y sífilis. Indudablemente Casa Cuna era ya entonces un Centro Médico Integral para los expósitos y sus amas.


Los registros de ingreso de los niños puestos en el torno que se conservan, muestran que muchos son dejados con alguna señal que los pueda identificar (pañuelos, mantillas o medallas, cortadas a la mitad, mensajes escritos en papeles, etc.) con la esperanza de poder rescatarlos cuando la situación de las madres que los abandonaba mejorase.


En 1854, el Gobernador Valentín Alsina, cuestionó parte del reglamento de la Sociedad, que permitía a la familia abandonante rescatar a los niños, pues entendía que la tutela de los Expósitos reside en el Gobierno y que esos niños podían ser adoptados sin esperar a sus padres biológicos, que por ser anónimos podrían haberse muerto o alejado de Buenos Aires sin que nadie lo supiera.


Convocados como árbitros Dalmacio Vélez Sarsfield y Domingo F. Sarmiento, opinaron que debía dejarse a la Sociedad obrar en cada caso como la prudencia aconseje, atendiendo siempre al bien de los menores. Valentín Alsina propone, además, que los niños cerca de los 5 años comiencen con ejercicios gimnásticos y Sarmiento que la Casa envíe mensualmente al Departamento de Estadísticas el movimiento de internos y anualmente a la Legislatura, un informe sobre la actividad y el estado económico de la Casa.


Los hombres que trabajaban por crear la Argentina moderna,  muchas veces en conflicto entre ellos, coincidían en su interés por organizar y acompañar la labor de la Casa Cuna, hasta en sus menores detalles.


En 1859 se dispone que las Hermanas del Huerto colaboren con la Sociedad en el control de las amas y en la administración de la Casa, en la que permanecieron más de 120 años.


CASA CUNA LLEGA A BARRACAS


En 1873, designado Juan Argerich, director en reemplazo de Blancas, resuelve que la Casa Cuna, después de estar durante casi 90 años en Moreno y Balcarce, cambie otra vez de domicilio, a su actual predio  hoy avenida  Montes de Oca 40, el terreno en lo alto de la “Barranca de Santa Lucía” de Doña Trinidad Balcarce.


Su casa había sido volada por venganza durante el sitio de Buenos Aires en 1852; en el terreno  se construyó entonces el “Instituto Sanitario Modelo”, desplazado por Casa Cuna.


El 24 de marzo de 1874 se inauguró la primera capilla de la Casa en su nuevo emplazamiento. El pabellón San Camilo, es de aquella época.


Historiadores como Torre Revello suponen que en el Parque Lezama, a 500 metros de la Casa Cuna, Pedro de Mendoza instaló su primera y frustrada Buenos Aires, con su penoso cortejo de hambre, violencia desaforada, canibalismo, desilusión y fracaso.


A mediados de 1700, el Parque tuvo el triste destino de ser el mercado de esclavos de la Compañía Guinea, donde sobresalió como “comerciante” Martín de Alzaga.


El barrio, donde ya en el Siglo XVII había precarias barracas para acopiar cueros, tan abundantes que se llegaron a embarcar en cantidades de hasta ciento cincuenta mil anuales, y luego de otros frutos del país, como yerba, madera, sebo, grasa, se  comenzó a poblar a principios del Siglo XVIII; tomó el nombre de las barracas y tierra de Doña María Bazurco; casualmente Francisco Bazurco es uno de los miembros fundadores de la Hermandad de la Santa Caridad, que tanta significación tuvo en la Historia de la Casa Cuna.


Luego la zona se denominó Barracas del Riachuelo hacia 1750, fecha en que se define el camino hacia la Ensenada de Barragán y Pampas, por su lugar más transitable, más firme y seco.


En 1790 las carretas que lo usaban eran obligadas a ir dejando piedras al regreso  del puerto para asentarlo. Cruzaba el Riachuelo en canoas, por el paso de Olasar, en el que en 1791 se construyó el Puente de Gálvez. Al progresar la urbanización el camino se llamó Calle Larga.


En 1783, sobre dicha calle se trasladó la Capilla de Santa Lucía, que dio nuevo nombre a la Calle Larga y a su área de influencia.


Sobremonte mandó incendiar el Puente de Gálvez, como tímida defensa frente al avance de Beresford en 1806, durante la Primera Invasíón Inglesa, pero viendo desde la Convalecencia cómo los invasores cruzaban el río, rápidamente se dio a la fuga.


Los patriotas de la Sociedad de los Siete, se reunían en la Calle Larga en 1809, con el pretexto de ir de caza, pero en realidad para preparar la sublevación contra el Rey.


En la Capilla de Santa Lucía, con la complicidad de su capellán, se reunió la conspiración de Alzaga de 1812, última resistencia realista en la ciudad. En 1816, los indios, que serían todavía numerosos y activos, obtienen que el Cabildo los exima del derecho de pontazgo (pago de peaje) en el Puente de Gálvez.


En 1820, en el Puente de Gálvez se reúnen las fuerzas de Rosas y de Martín Rodríguez, para marchar hacia la Plaza Mayor y dar a la anarquizada Provincia de Buenos Aires su primer gobierno estable.


En 1827, Elisa Brown, la hija preferida del Almirante, desde la atalaya de su casa, la  Cannon House, luego conocida por el intenso color de sus muros como Casa Amarilla, en las actuales Martín García y Patricios, vio el movimiento de la flota que enfrentó a la Armada Brasileña en el combate naval de Quilmes.


En la acción perdió la vida su prometido Francis Drumond, defendiendo la de su padre, el Almirante Brown. Semanas después Elisa, con apenas 17 años, profundamente deprimida, se ahogó en el Río de la Plata.


Su trágico destino fue inmortalizado por Petit de Murat  y Manzi en la obra La Novia de Arena. El Almirante muere en esa casa en 1857, entre las parras y perales que tanto disfrutó.


Desde comienzos del Virreinato el barrio se fue poblando de casonas señoriales que continuaban las de San Telmo, corrales, mataderos, saladeros, ceberías, curtiembres y barracas para depositar los frutos del país, que se embarcaban en el Puerto del Riachuelo hacia el exterior y hornos de ladrillos y quintas de verdura, antecedentes de las industrias alimentaria, textil  y de la indumentaria y de los corralones que luego caracterizaron a Barracas.


Transitaban así por sus calles, además de familias patricias, troperos, matarifes, faenadores de ganados, triperos, changadores, quinteros, carreros, cuarteadores para los días de barro, marineros y negros libertos.


Esta clase trabajadora y semirrural, habituada a las tareas más duras, entretenía sus descansos con famosas carreras cuadreras y de sortijas, cinchadas de carros, riñas de gallos, corridas de toros (al menos hasta 1835), y célebres payadas en varias pulperías de las que, según Héctor Pedro Blomberg, salió Ramona Bustos, la pulpera... cuyos ojos celestes reflejaban la gloria del día... cuando el año (18)40 moría y Lavalle sitiaba Buenos Aires.


Ese mismo año, según leyenda, Amalia Sáenz escondió en su quinta de la Calle Larga a Eduardo Belgrano, sobrino del General, perseguido por la Mazorca y lo ayudó a huir a Montevideo.


Su valiente conducta fue relatada por José Mármol en Amalia, primera novela argentina. Hasta Masculino, el célebre diseñador de los típicos Peinetones, tenía su quinta en la calle larga.


Por entonces Esteban Echeverría ya había recorrido los mataderos, saladeros y pulperías de la zona, buscando temas y decires para construir el romanticismo rioplatense, primer movimiento literario desarrollado en Buenos Aires, sin la tutela española.


En las noches de fiesta en Barracas, se escuchaban en las casonas patricias minués y mazurcas, en los ranchos cielitos y triunfos y en las reuniones de negros candombes.


En la esquina de Suárez y Montes de Oca de la actual Plaza Colombia una barrera y su respectiva bandera hacían parar las carretas venidas de Cuyo y de las pampas del sur, para cobrarles el peaje impuesto por la Sala de Representantes de la Provincia.


Por eso las  sucesivas casas de comida de esa esquina llevan desde aquellos años el nombre de La Banderita.


En 1849, el heroico Coronel Chilavert reemplazó al Puente de Gálvez por otro, también de madera, que llamó de la Restauración de las Leyes.


Defendiendo la Calle Larga contra el ataque de Hilario Lagos en 1853, durante la última intentona federal en la ciudad, Bartolomé Mitre recibe la célebre herida que le marcó la frente por el resto de su vida y que tapaba inclinando su chambergo.


Felicitas Guerrero, según Guido Spano la dama más bella de la República, heredera de la inmensa fortuna de los Alzaga, es asesinada en 1872 a los 26 años de edad y ya viuda, en su mansión familiar, solar de la actual Plaza Colombia, al costado de la hoy Montes de Oca, por Enrique Ocampo, su despechado pretendiente.


En su memoria sus padres hicieron construir rápidamente la hermosa iglesia de Santa Felicitas, en el mismo lugar donde cayera muerta y en la que pueden apreciarse las estatuas de la familia.


Cuando Casa Cuna se instaló en el barrio, varios hechos lo estaban modificando: en 1865 se tendió el Ferrocarril Sud, desde la vieja Plaza de Carretas, hoy Plaza Constitución, dividiendo parcialmente al barrio.


En 1870, el primer tranvía a caballo recorrió la Calle Santa Lucía.


En 1871, a raíz de la epidemia de fiebre amarilla, en la que murió el 10% de la población de la ciudad, por considerarlos focos de la enfermedad, se cerraron los mataderos y saladeros de Barracas, aunque alguno se reabrió clandestinamente, pero en definitiva la epidemia terminó tanto con los mataderos como con la mayoría de las familias pudientes que del barrio se mudaron hacia el norte en busca de lugares más sanos.


En el mismo 1871, para pasar sobre el Riachuelo en reemplazo del siempre precario Puente de madera, se inauguró uno de hierro, con el nombre del ingeniero Prilidiano Pueyrredón, que lo diseñó y que muriera sin verlo terminado. Posteriormente otros tres puentes sucesivamente construidos en el mismo lugar, repitieron su nombre.


La capilla de Santa Lucía fue elevada a parroquia en 1869 y declarada santuario en 1977. En 1871, durante una prolongada sequía se llevó en procesión a Santa Lucía para que cambiara el clima; pese a que la ceremonia empezó con cielo claro, terminó con una beneficiosa lluvia, por lo que aún hoy, los 13 de diciembre se celebra a la Santa con una gran fiesta, con la imagen en procesión recorriendo el barrio, mientras los vecinos la saludan con una lluvia de jazmines.


En 1873, se adoquina la calle pagándose la obra con peaje. Tren, puente, tranvía, adoquinado, facilitaron la movilidad de las familias que se fueron acercando a Casa Cuna en busca de salud para sus hijos.


Frente a Casa Cuna, en la Quinta de Cambaceres, Mariano Acosta fundó en 1874 la Escuela Normal de Maestras, que dio la primera salida laboral intelectual socialmente aceptada para las mujeres.


Al lado de esa escuela, la Buenos Aires English High School, inaugurada en 1875, educaba a los hijos de británicos afincados en el barrio desde la época del Almirante Brown, acrecentados luego con los profesionales y técnicos traídos para la construcción y mantenimiento de los ferrocarriles.


Su primer director, Mr. Hutton, fue famoso por fundar con los ex-alumnos de su escuela el Club Alumni, el más exitoso equipo de Fútbol de la primera década del Siglo XX.


En 1880, durante la sublevación de la Provincia de Buenos Aires, encabezada por C.Tejedor, contra las autoridades de la República, la línea de defensa de las tropas provinciales hizo pie en la esquina de Casa Cuna, incautando para su ejército hasta los caballos de la Cía. de Tranways en su garage de Montes de Oca y Río Cuarto.


En 1882, muere Manuel Augusto Montes de Oca, cirujano, profesor, académico, diputado, ministro, donante de la biblioteca de la Facultad, cuya quinta daba sobre la calle de Santa Lucía, que en su homenaje pasó a llamarse Montes de Oca al año siguiente.


En el barrio vivieron también los doctores Eduardo Wilde, Abel Ayerza y Abel Zubizarreta, cuyas holgadas situaciones socioeconómicas no les impidió preocuparse por aliviar las enfermedades y dolores que producían la miseria en tantos vecinos; y ya en el Siglo XX, dos pilares de la Medicina Argentina, también con destacada sensibilidad social, los Dres. Pedro Escudero y Pedro Chutro, vivieron en el barrio. En el Instituto Malbran de la Avenida Velez Sarsfield, comenzó su carrera de investigador nuestro tercer científico premio nóbel el Dr. Cesar Mildstein.


En el censo de 1887, la Parroquia de Santa Lucía tenía en sus 690 hectáreas 18.357 habitantes, 57% de ellos varones, 53% de nacionalidad extranjera, y menos del 2% negros; de sus 1.594 casas, el 92% eran de una planta y sólo 5 alcanzaban los tres pisos.


Puede calcularse el impacto que causaba la edificación de la Casa en los alrededores. Entre 1888 y 1895, en el barrio se inauguraron el parque de diversiones “El Prado Internacional”, un teatro de títeres y varias romerías.


En ese último cuarto del Siglo XIX, en Barracas Arolas y Villoldo acunaban sus primeros tangos (el Restaurante El Choclo, estaba sobre Montes de Oca), y en el Hotel América, a una cuadra de Casa Cuna, Villoldo pasaba momentos de amores ocultos e inspiración musical; una placa donada por tangueros finlandeses, colocada en el frente del hotel, lo recuerda.


Irigoyen paseaba su adusto carisma entre los vecinos, desde su vivienda a 150 metros de Casa Cuna, demolida por Cacciatore para hacer la Autopista 9 de Julio, y el fútbol se iba acriollando en los numerosos clubes y potreros del barrio.


Los mataderos fueron reemplazados por la industria de la alimentación, atrayendo como mano de obra fundamentalmente a los inmigrantes europeos que llegaron masivamente a fines del Siglo XIX y principios del Siglo XX.


Casa Cuna vino a afincarse entonces en una avenida y un barrio cuya historia y leyenda hacen juego con las del propio hospital, al punto que en pleno Siglo XX, Leopoldo Marechal en “Adán Buenosayres”, pone a Samuel Tesler en el Hospital Borda, talvez en alusión a Jacobo Fijman, Sábato; en “Sobre Héroes y Tumbas”, ubica a la desdichada protagonista, Alejandra Vidal Olmos, último exponente de una trágica familia patricia, devastada por la locura y la violencia, en una deteriorada mansión en la Calle Río Cuarto, cerca de la Avenida Montes de Oca, y Borges sitúa “El Aleph”, el mítico rincón donde se reúnen sin mezclarse todos los lugares del mundo, en la Avenida Garay, en vecindad de la Casa Cuna.


Desde la caída de Rosas, en el barrio se fueron levantando varios hospitales significativos: primero “el de la Convalecencia”, desde 1854 oficialmente destinado para alienadas, luego la “Casa de Dementes”, para varones; a raíz de los heridos de la guerra del Paraguay, el “Hospital de Inválidos” y finalmente el “Hospital Militar”, que hasta 1883, estuvo frente mismo a la Casa Cuna; sus ricas historias no son parte de este trabajo. Por Montes de Oca, seis cuadras hacia el Sur, se instala en 1880, el “Instituto Frenopático Argentino”, donde actuaron José María Ramos Mejía y José Ingenieros.


Frente al Hospital Ferrer, a la vuelta de Casa Cuna, funcionó en la década de 1930 la primera escuela bilingüe argentino-japonesa, destinada a los niños de esa comunidad. En 1955, a doscientos metros de Casa Cuna, Jorge Burgos enceguecido por los celos mató y descuartizó a su novia, conmoviendo a todo el barrio.


Los principales problemas somáticos en Casa Cuna, antes de los descubrimientos de Pasteur y de la nutrición científica, eran las enfermedades eruptivas, tos convulsa, difteria, sífilis, tétanos, (que según Costa, provocó el 26% de la mortalidad infantil en la Casa, entre 1873 a 1877), las tiñas, las oftalmías purulentas, la gastroenteritis, el escorbuto, el raquitismo y la desnutrición global (atrepsia).


La distancia entre los pabellones daba cierto aislamiento empíricamente necesario para evitar las epidemias intrahospitalarias. La provisión de sustitutos confiables de la leche humana, cuando las nodrizas no eran suficientes, creaba problemas de difícil solución. Se usaron leche de vaca, yegua, burra y cabra, pero hasta comprender la manera de esterilizarla, poco se podía hacer para conservarla, habiéndose intentado hasta colocar los bebés directamente en las ubres de cabras amaestradas al efecto. Por ese entonces, comienza a elaborarse en Buenos Aires, la "leche malteada", que se vendía en farmacias y droguerías.


En 1884, recién nombrado Bosch director en reemplazo de Argerich, aconseja una serie de reformas edilicias para asegurar el aislamiento de los pacientes infectocontagiosos y brindar a todos los internos espacios llenos de luz y bien aireados.


El impacto que produjeron las vacunas elaboradas por Pasteur, fue tan grande que el Jefe de Infecciosas de la Casa Cuna, Dr. Desiderio Davel fue a París a buscar la vacuna antirrábica, trayéndola cultivada con riesgo de su vida en lotes sucesivos de conejos para conservarla. Llega a Buenos Aires en 1886, justo a tiempo para salvar la vida de un niño uruguayo mordido por un perro confirmadamente rabioso, derivado especialmente a Buenos Aires para su tratamiento, siendo ésta la primera administración de esa vacuna fuera de Francia, y tal vez el antecedente del turismo sanitario hacia Bs. As.


CENTENO Y ELIZALDE, LOS GRANDES GUÍAS


El Dr. Ángel  Mauricio Centeno, discípulo de Blancas, incorporado a Casa Cuna en 1887,  informa ante el Parlamento al solicitar aumento del aporte estatal  en 1889, que Casa Cuna había recibido 1.580 bebés abandonados, alrededor del 5% de los recién nacidos vivos que se estima nacieron ese año en la Ciudad, debiendo atender 4.086 internos con un presupuesto insuficiente.


Al mismo tiempo denuncia, en una exposición fundamental para corregir perversiones instaladas en la comunidad, fortificar la relación madre-hijo, y dar nuevo impulso al cuidado de la infancia, que la imposibilidad de las madres que trabajan de amamantar y  cuidar sus hijos en las condiciones laborales impuestas entonces, la persistencia del torno y una siniestra organización de parteras “especializadas en colocar a los bebés”, son responsables de la mayoría de tan alta tasa de abandono.


Estas parteras saben cómo dejar los niños en el torno con señales que los identifiquen y cómo “recuperarlos”, cuando sea el tiempo del destete, o cuando tengan unos 6 años, edad a los que se los puede poner a trabajar para completar los ingresos de la familia, o para realizar tareas domésticas mientras sus madres trabajan. Menciona también pobres parturientas obligadas a dejar sus hijos para amamantar mercenariamente a los niños de familias pudientes, cuyas madres no quieren tener el compromiso de realizarlo ellas mismas. Según informa Centeno, las parteras cobran por alojar a las embarazadas a término en sus casas y asistirlas en el parto; por llevar a los niños a la Casa Cuna con elementos de identificación sólo conocidos por ellas; por colocar a las parturientas como amas de leche de los ricos; y por rescatar a los niños ya crecidos.


El torno decía Centeno, crea huérfanos de padres vivos, a los que debemos evitarles el hospitalismo. Como antecedente se mencionó que en 1860, Francia suprimió el torno, reemplazado al decir de Feuillet por un torno viviente, humano, sensible a la piedad (la recepcionista).


Ante esta realidad, a su instancia y con el decisivo impulso del gran sanitarista Emilio Coni, que lo consideró aparato indigno de una sociedad culta, el torno es retirado en julio de 1891, luego de funcionar durante 112 años. Fray Mocho, en uno de sus cuentos costumbristas, había confirmado las denuncias de Centeno.


En 1891, las Hermanas de Caridad, no comprendiendo una indicación profesional, ante una orden de las Inspectoras, lavan y reutilizan material que los médicos de la Casa habían ordenado descartar por su contagiosidad. El conflicto que desencadena este hecho, determina al Gobierno Nacional disponer que el Departamento Nacional de Higiene, supervise en adelante la actividad asistencial de la Casa Cuna, por encima de la Sociedad de Beneficencia, dando lugar a un largo entredicho de baja intensidad entre los conceptos médicos y el criterio de las Inspectoras de la Sociedad de Beneficencia que alimentó al que finalmente estalló con el Estado Nacional en 1946. En 1892 Centeno integra la Comisión redactora de la Farmacopea Argentina.


En 1900, es designado director Ángel Centeno. Ese mismo año, Julio Argentino Roca Presidente de la República, firma las modificaciones a las Normas de Admisión y Rescate de Niños de la Casa de Expósitos, estableciendo que la internación de los niños debía renovarse semestralmente, siempre que continuaran las causales que impulsaron a dejarlos, procurando preservar la identidad del niño y el derecho a mantener el vínculo familiar.


Por donaciones de la familia cuyo nombre llevan, se levantaron entonces los pabellones Millán y Ayerza. En 1901, el Presidente Roca, cede un edificio en la calle Vieytes, que luego sería el Instituto Riglos, y el Hotel de Inmigrantes de Mercedes, provincia de Buenos Aires, rebautizado como Hogar Martín Rodríguez, para alojar a los expósitos sanos que no eran colocados en domicilios de las Amas, para descongestionar la superpoblada Casa Cuna.


El Presidente Roca, complementa su preocupación hacia la Casa, firmando en 1904, el Reglamento para la Colocación y Trato de Expósitos en Poder de Familias. Todas estas disposiciones son iniciativas de Centeno, especialmente preocupado por mantener el vínculo entre los niños y las madres que trabajan, las que están detenidas y las carentes de recursos básicos,  por lo que se lo considera el creador de la Pediatría Social Argentina y  pionero del reconocimiento de los  Derechos del Niño.


Una evaluación de los abandonos ocurridos entre 1912 y 1914, mostró que el 72% de los niños eran dejados por personas que aclaraban su identidad y las motivaciones del abandono. En el 37% de los casos, las madres se manifestaban sin leche, y en el 7% estaban judicialmente recluidas; en el 9% los niños eran huérfanos de ambos padres, en el 15% huérfanos sólo de madre y en el 9% tenían enfermedades que dificultaban su crianza. El 82% de los familiares que ponían a los niños en la Casa, eran extranjeros, la mitad de ellos italianos.


Centeno organizó los Consultorios Externos para atender también a niños que vivían con sus familias, aunque ya desde 1820 se atendía a los hijos y criados de las cuidadoras externas. Construyó el Gabinete de Rayos X, donde, antes que terminara el Siglo XIX se tomó la primera radiografía de un niño en Buenos Aires. Consiguió que la Sala de Cirugía quedase a cargo del reconocido y aún joven profesor de Clínica Operatoria de la UBA, Alejandro Posadas, maestro nada menos que de Arce, Chutro, los Finochietto, Roccatagliatta, Sussini, y de su sucesor en Casa Cuna, José M. Jorge, ya famoso por haber descubierto la Coccidioidomicosis, la primera infección profunda por hongos descripta en el mundo, y protagonista de la primera cirugía filmada en el mundo, en 1899. Desarrolló Centeno el Laboratorio de Alimentación, para preparar los novedosos sustitutos artificiales de la leche humana. Hizo la Sala de Fisioterapia. Dotó al Laboratorio Central de Análisis con los aparatos más modernos de la época.


Obtuvo de parte del Jockey Club, la donación de dos pabellones que, desde principios de este siglo, enmarcan al este y al oeste el jardín central del Hospital, y que con su personalidad arquitectónica lo identifican desde la Avenida Montes de Oca y ahora también desde la Estación Constitución y la Autopista 9 de Julio Sur.


Con este notable aumento de la superficie cubierta y en un renovado esfuerzo para prevenir la ruptura del binomio madre-hijo y el consiguiente abandono infantil, se organiza la Oficina de Recepción, con personal capacitado para mantener de la mejor manera posible el vínculo familiar; luego, con el mismo fin, se crea el “Refugio Materno-Infantil Doña Paula Albarracín de Sarmiento”, que internaba a puérperas sin hogar con sus hijos, mientras la Sociedad de Beneficencia les procuraban trabajo y alojamiento definitivo.


En 1909, se compraron a la Sucesión Reiynaud otros 1.400 m2 de terreno; en 1911 el Congreso de la Nación expropió y donó a la Casa el lote de la familia Rezzonico, que da salida a la Avenida Caseros, y en 1913 la Sociedad le dio la esquina de Caseros y Tacuarí. En 1912, se habían construido los túneles de comunicación por debajo del jardín central y se había comenzado la construcción de la actual capilla. Los azulejos color cobalto, probablemente holandeses, con paisajes típicos y escenas tradicionales, antes abundantes en la Casa, pero hoy apenas presentes en alguna pared, son de esa época.


En ese tiempo tenía la Casa 416 camas para Expósitos, 114 para amas de leche y 30 para el personal y las Religiosas. El plantel estaba constituido por: 14 médicos, 8 practicantes, 10 enfermeras, 18 Hermanas de Caridad, 100 amas de leche internas y 800 amas externas. Cinco médicos inspectores realizaban unas 12 mil visitas anuales a los hogares sustitutos, para controlar el crecimiento, desarrollo e integración familiar y social de los Expósitos. Los registros antropométricos de 223 niños expósitos evaluados en 1906, superaban los promedios de las tablas entonces en vigencia.


 Mientras Centeno intentaba sacar el torno, en 1890, llegó a la Casa su más renombrado Expósito, bautizado con los nombres de Benito Martín y adoptado 6 años después por la familia Chinchella, carboneros de los barcos de la Boca, gracias a los cuales tuvo un papá y una mamá para mí sólo. Cuando comenzó su carrera de pintor modificó su nombre a Benito Quinquela Martín. Usó buena parte de su fortuna para construir y donar el Lactario, el Hospital Odontológico Infantil de la Boca, el Jardín de Infantes, la Escuela de la Vuelta de Rocha y la de Artes Gráficas de La Boca, el Teatro de la Ribera, en agradecimiento a los años pasados en Casa Cuna. Otros expósitos llegaron a destacarse como universitarios, incluso como médicos de Casa Cuna, pero ninguno tuvo su fama.


En 1905, en reconocimiento a su capacidad asistencial, la Casa pasa a llamarse oficialmente Hospital de Niños Expósitos. Ya funcionaban por entonces seis incubadoras en la Casa En su informe anual de 1909, el director de la Administración Sanitaria y Asistencia Pública de la Capital, Dr. José M. Penna, encontró que los Hospitales de la Sociedad de Beneficencia tenían todo el confort y comodidad que los exhibe como modelo. Cuando se federalizó Buenos Aires, se creó la Asistencia Pública de la Capital para asumir la atención médica gratuita de la Ciudad. En 1910, la Asistencia Pública tenía 9 Hospitales y 9 Casas de Socorro, con un presupuesto de unos  2.000.000 de pesos al año, semejante al de los Establecimientos de la Sociedad de Beneficencia, que sólo en Casa Cuna gastaba 664.000 pesos anuales, 517.000 de ellos en personal. La mortalidad de los Expósitos  entre 1852 a 1909 fue alrededor del  20%.


El gobierno resuelve en 1905, que el correo venda estampillas de Navidad y Año Nuevo, cuya recaudación destina a la Sociedad de Beneficencia. En 1906, Centeno es nombrado Profesor titular de Enfermedades de los Niños de la UBA, en reemplazo del ya octogenario Manuel Blancas, continuando así la Cátedra durante sus primeros 37 años y hasta la jubilación de Centeno, en manos de directores de la Casa Cuna. Centeno, al asumir,  define a la Pediatría como "Ciencia difícil y arte delicado".                    


Cuando en 1903 Centeno dispone que la Inspección de Niños en sus hogares sustitutos sea sistemáticamente realizada por médicos, es seleccionado entre otros, para incorporarse al Hospital, a los 24 años de edad y recién graduado, el Dr. Pedro de Elizalde, nacido en la ciudad de Buenos Aires, hijo de Rufino de Elizalde, ex Ministro de Mitre, a quien conocí, ya herido por la enfermedad y a quien perdí siendo muy niño, y de Manuela Leal, importante miembro de la Sociedad de Beneficencia. Era, además, familiar del severo inspector de la Hermandad de la Santa Caridad de su mismo apellido, que en 1817, elogiara la labor de su entonces director.


Elizalde imprimió a la Institución los componentes más significativos de su espíritu. Paulatinamente desarrolló toda una teoría del abandono, comenzando por la revalorización del binomio madre-niño, en constante adaptación mutua como mejor garantía para la salud infantil. Consideró al abandono como el deterioro del cuidado satisfactorio del niño a causa  del desamparo que sufre la madre.


Llamó abandono latente, al deseado pero aún no materializado; abandono inaparente, al deficiente cuidado del niño. Ambos abandonos dijo, predisponen al aumento de la morbimortalidad en la Primera Infancia; definió como abandono transitorio, a aquél efectivizado a la espera  de poder recomponer luego la relación materno-filial; abandono definitivo, al que resulta irreversible y abandono oculto, al niño incorporado a otra familia sin el conocimiento de las autoridades. Clasificó las causas predisponentes de los abandonos en espirituales, sociales, económicas y catastróficas. En su estrategia se debía primero evitar el abandono, segundo hacer que el abandono  inevitable sea transitorio y tercero paliar las consecuencias del abandono definitivo.


Fue Elizalde quien normatizó la Oficina de Recepción de Leche de Mujer, vigilando la salud de las “dadoras de leche” y la de sus hijos biológicos, para evitar su desnutrición y el contagio entre los bebés y las nodrizas. Se llegaron a recolectar 5000 litros de leche humana anuales, conservando la salud de nodrizas, sus hijos y los internos. Esta gota de leche, sirvió también para lactantes no expósitos, cuyas madres no lograban alimentarlos satisfactoriamente. Elizalde vigiló con similar criterio la salud de las cuidadoras. Organizó el Servicio Médico-Social, creando  la “Escuela de Madres”, para preparar a quienes no se sentían en condiciones de asumir a sus hijos, a  abrirse camino en la vida, conservándolos, llegando incluso a hacer que las madres que cuidaban a sus propios hijos recibieran retribución  económica en concepto de ayuda a la crianza. Consiguió que las Hermanas del Huerto, enseñaran a esas madres a leer, escribir, coser y cocinar, también para que enfrentaran mejor la vida y cuidaran mejor de sus hijos. Creó la Escuela de Enfermeras de la Casa, cuyo título consiguió que fuera reconocido por la Facultad de Medicina de la UBA; con el plantel de egresadas de esa Escuela, reemplazó a las tradicionales “cuidadoras internas”, profesionalizando la enfermería del Hospital. Incorporó a Visitadoras de Higiene, graduadas de la Facultad de Medicina, para la labor de prevención del abandono infantil y de vigilancia de los niños de la Casa puestos en hogares sustitutos. Hizo cambiar el nombre de “Expósitos” por el de “Pupilos del Estado”, para los abandonados.


 En 1909, Centeno es designado Académico de la Medicina. El profesor Luigi Concetti, prestigioso pediatra italiano invitado al Congreso Médico del Centenario, en 1910, dijo que su visita a la Casa de Expósitos de Buenos Aires, lo hacía reconciliar con esas instituciones. En 1911 se funda la principal institución científica de la Pediatría Argentina, la Sociedad Argentina de Pediatría. Entre sus 53 socios fundadores se encuentran  7 prestigiosos médicos de Casa Cuna: Centeno, elegido presidente fundador, Elizalde, Samuel Madrid Paez, Daniel J. Cranwell, Cipriano Sires, Juan F. Vacarezza  y José M. Jorge.


Aprovechado el Hogar Unzué, que la Sociedad levantó frente a la Playa La Perla en Mar del Plata, Elizalde organizó estadías de paseo de los pupilos de la Casa a la ciudad balnearia trasladados por su gestión, en forma gratuita por el Ferrocarril del Sud. Los pupilos tuberculosos recibían baño de sol marítimo en el solarium construido con la donación que Hipólito Irigoyen hizo de sus haberes como Presidente de la Nación. La Sala de Incubadoras que Elizalde montó fue reconocida en 1914 como la más importante de Sudamérica. Incorporó la carpa de oxígeno y la nebulización medicamentosa, como tratamiento habitual en Pediatría. En 1915, se dispone de consultorios especiales para atender a la población infantil de la zona sur de la Capital, adaptando nuevamente el Hospital en respuesta a las necesidades y demandas que llegaban de la comunidad.


En 1917, comenzó a practicar la recientemente normatizada reacción de Mantoux en forma sistemática a los niños internados y la aplicación de la vacuna BCG, de la que otro famoso médico de la Casa, el profesor Vacarezza, fue decidido impulsor. Organizó la atención ambulatoria, con énfasis en la Puericultura y la Dietética. Creó el Servicio de Hemoterapia, pensando fundamentalmente en el tratamiento de las anemias, la filactotransfusión con sangre de convaleciente para algunas infecciones, y los sueros endovenosos transfontanelares, por enteroclisis o hipodermoclisis para las deshidrataciones, entonces llamadas toxicosis. Las perfusiones transfontanelares al seno venoso de la duramadre  recién fueron suprimidas en 1964.


En 1918 Centeno es propuesto para Decano de la Facultad de Medicina de la UBA, pero disgustado por la manera en que es impuesta la Reforma no acepta el cargo. Se jubila en 1920.  sucediéndolo como Director del Hospital, el Dr. Cranwell, quien siendo un cirujano respetado en Europa por sus trabajos sobre hidatidosis, noble discípulo de Centeno, jefe de Cirugía de la Casa en reemplazo del Dr. Jorge y profesor de Patología Quirúrgica de la UBA, crea las bases de la puericultura moderna. El Hospital de Expósitos cambia su nombre por el de Casa Cuna, ese año. Cuando en 1922 se planteó la posibilidad de reinstalar el torno, el Director de la Casa, Dr. Daniel J. Cranwell, expresó el torno... de una época y cultura distantes a la nuestra... favorece el abandono y el comercio ilícito... perdiendo el niño la posibilidad de conocer a sus padres... y que éstos recuperen a sus hijos. Argumentando estas posturas, Cranwell demostró estadísticamente que, contrariamente a los supuestos, el torno no modificaba el número de infanticidios.


 En 1922, se pone en marcha la calefacción central a vapor. En 1923 es nombrado director el Dr. Paz, que abre el servicio de neurología y encomienda al Dr. Pascual Cervini la tarea de difundir la vacunación antidiftérica. En 1926 el escultor Lagos entrega a Casa Cuna el busto de Centeno que desde entonces se observa en el jardín. Jubilado Paz en 1928 asume como Director el Dr. Madrid Páez, hasta su muerte en 1936.


Desde 1921 y hasta 1947, el Dr. Elizalde hizo los “Cursos de Verano para Graduados”, para mantener actualizados a los pediatras que se le acercaban. Normatizó los exámenes de ingreso de los practicantes a la Casa.


Los recursos terapéuticos más utilizados entonces en el Hospital eran, además de sangre, plasma y soluciones hidrosalinas, medicamentos que se suponía eliminaban los patógenos: vomitivos, purgantes, diuréticos, sudoríficos, expectorantes, ventosas; los sintomáticos: hipnóticos, analgésicos, antitérmicos, tónicos (aceite de hígado de bacalao, calcio); los protectores: vacunas, antisépticos, baños “medicinales”, cataplasmas; digital, quinina, coramina, cafeína,  el láudano, sueros antitóxicos; el bismuto y los arseniacales para la sífilis. Las anestesias eran fundamentalmente de éter inhalado en el aparato de Ombredanne. Las complicaciones de la anestesia en los niños fueron motivo de un trabajo de Elizalde en 1919, antes que el mismo Ombredanne las describiera.


En el Libro de Oro de la Casa de Expósitos, pueden leerse los siguientes testimonios de esa época: Mabillau, director del Museo Social de Francia y presidente de la Federación Internacional de Mutualidades, escribe en 1912: "La Casa de Expósitos... ejemplo de caridad moderna". El mismo año, el Doctor Piñeiro, Director General de la Administración Sanitaria y Asistencia Pública, expresa, parafraseando a Dante: "Conservad toda esperanza, vosotros que entrais". Nascimento González, profesor de la Facultad de Medicina de Río de Janeiro en 1913, afirma: "Si la civilización se mide por el modo en que un país distribuye la asistencia entre los más necesitados, con el trato en la Casa de Expósitos la República Argentina tiene la hegemonía en la América del Sur". El gran sanitarista Domingo Cabret, manifiesta en 1916: "... el sabio pediatra, profesor Centeno, digno director del establecimiento...".  Avelino Gutiérrez, decano de la Facultad de Medicina de Madrid, en 1923 opina que la Casa "... merece la mayor alabanza y gratitud de todos".


En 1935, los Consultorios Externos de las 8 subespecialidades pediátricas establecidas, atendieron 125.000 consultas.


En 1936, muerto Madrid Páez, Elizalde es designado Director de la Casa Cuna. A su impulso se crea entonces la Asociación de Profesionales de la Casa Cuna, casi contemporánea de la Asociación de Médicos Municipales y nace la revista “Infancia”, pionera de las Revistas Científicas de la Casa, que tras varias interrupciones se prolonga hoy en la “Revista del Hospital General de Niños Dr. Pedro de Elizalde”.


Entonces se incorpora el predio de Montes de Oca 110, de María Escalada de Vélez, conocido como el Palacio Díaz Vélez famoso, además de por su calidad arquitectónica, por el hecho de que en la leonera construida por la obsesión de Eustaquio Díaz Vélez, los leones habrían destrozado a su pretendido yerno. Numerosas estatuas aún diseminadas por los jardines de Casa Cuna, atestiguan esa trágica pasión.


Desde 1889, los Expósitos se identificaban mediante una medalla de bronce numerada correlativamente desde el número 1, colgada de su cuello. En 1929, ya se había llegado al número 50.000, y las pérdidas de medallas con el consecuente riesgo para la identidad del niño eran relativamente frecuentes.


Por eso entonces, se intentó aplicar el método de identificación mediante la papiloscopía de los dedos de la mano de Vucetich; pero la posición de la mano en flexión de los recién nacidos y la superficialidad de sus surcos, hacían poco confiable y dificultoso el método. El Dr. Carlos Urquijo, estimulado por Elizalde, en 1929 idea en la Casa el sistema de identificación de recién nacidos y lactantes menores de 8 meses, mediante la papiloscopía de la zona plantar adyacente al primer dedo pelmatoscopía, que se incorpora a la “Libreta de Pupilo”, cumpliendo el viejo anhelo de conservar fehacientemente la identidad de cada interno. Su experiencia es ampliamente difundida en publicaciones desde 1937. El método es ahora universalmente utilizado.


En 1937, al crearse la Cátedra de Puericultura en la Facultad de Medicina de la UBA, los 8 profesores adjuntos de Pediatría, entre ellos Casaubon,  Enrique E. Beretervide, Bazán y Juan P. Garraham, elevan una nota al Decano, expresándole que no se inscribirán en el concurso por entender que por sus méritos asistenciales, docentes y de investigación, corresponde que se designe titular al Dr. Elizalde. El entonces Decano de Medicina, profesor José Arce, señala que ese gesto es un caso extraordinario en los anales de la Universidad de Buenos Aires. En su clase inaugural, Elizalde recuerda que en Francia  ya Caron en 1865, decía que puericultura es la ciencia de criar a los niños, higiénica y fisiológicamente, y en 1895, Pinard habla de puericultura intrauterina. Para Elizalde, puericultura son las leyes biológicas y sociales, que deben regir la relación del niño con la madre y la familia, desde antes de la procreación, hasta la pubertad. Adelantándose más de una generación en sus ideas, propone que el Hospital además de dar asistencia completa a la infancia, haga docencia e investigación. Sus principales discípulos fueron: Cervini, Beranger, Zucal, Waissman, su propio hijo, Felipe de Elizalde y Aurelia Alonso, primera mujer médica que hizo carrera en Casa Cuna, incorporada en 1930, y destacada historiadora de su Hospital y su Maestro.


Elizalde diseña, construye y en 1939 inaugura el Pabellón Atucha, que incorpora lo más avanzado en la asistencia de la tuberculosis infantil de la era preantibiótica, cuando aún se hablaba de maternohemoterapia y de inyecciones de leche, para tratar algunas de sus  formas extrapulmonares.


En 1942 se terminan las 7 plantas del Pabellón que con 125 camas pensó para Clínica Epidemiológica y en 1943 el Pabellón Alconero para Consultorios Externos. En cuatro años el desarrollo edilicio del Hospital, más que duplicó su superficie cubierta. Se revaloriza entonces el rol de la madre durante la internación de los niños. La edificación permitía en esa época, el ingreso y egreso desde la calle directamente a cada pabellón; en cada uno de ellos había laboratorios y aparatos de Rx, porque se privilegiaba el aislamiento de cada patología, para evitar el contagio intrahospitalario. Hoy la centralización para el mejor uso de los recursos y la restricción de los accesos desde el exterior, por razones de seguridad, modifican notablemente la circulación en el Hospital.


La obra fundamental de Elizalde fue la de enseñar con su palabra, su ejemplo y sus disposiciones organizativas, el respeto y comprensión que merecen y necesitan el niño y su familia; el papel del médico como forjador de armonías, para conservar y recuperar la salud; la importancia de la preparación y desempeño de los servicios de enfermería, mucamas, personal administrativo y de maestranza en el cuidado de los niños; la necesidad de mantenerse actualizados en todos los descubrimientos médicos y del cuidado crítico y prudente para aplicarlos en la pediatría práctica.


A principios de los años 40 inmediatamente antes del uso de los antibióticos, cuando las heladeras eléctricas eran rarezas en casa de los ricos, la leche se fraccionaba a domicilio en carros lecheros sin la mínima higiene, no existía gas natural para calefaccionar las viviendas y las vacunas disponibles no tenían difusión suficiente, una evaluación al azar de 106 defunciones de niños en Casa Cuna, muestra que 26 fueron atribuidas a infecciones respiratorias (dos a bronquitis “capilar”, una a neumonía, una a congestión pulmonar y el grueso a bronconeumonías), 21 a desnutrición (16 a “descomposición” y 5 a distrofia grave), 15 a “toxicosis” (una con otitis), 7 a septicemia y “septicopiohemia”, 6 a coqueluche, 5 a “debilidad vital”, 4 a estreptococcias, 4 a meningitis y paquimeningitis, 4 a sarampión, 2 a “dispepsia”, 2 a TBC y 1 cada una a: insuficiencia hepática, infección urinaria, varicela necrótica, “crup gripal”, hidrocefalia, “muerte tímica”, “melena neonatorum”, “síndrome tóxico”, insuficiencia suprarrenal y peritonitis, señalando cuáles eran los problemas que preocupaban al Cuerpo Médico de entonces.


La introducción de los primeros quimioterápicos y antibióticos en Pediatría, tuvo a Elizalde como entusiasta experimentador. Más de 100 trabajos científicos demuestran su interés en la investigación. En 1942, el Hospital evalúa el uso de las sulfamidas, su tolerancia por parte de los niños y la sensibilidad que a ellas presentan los gérmenes.


En 1944 se jubila Elizalde, y, por única vez en su larga historia, la Sociedad de Beneficencia nombra un Director Honorario, distinción que recae en él. Continuó concurriendo regularmente a los servicios asistenciales, laboratorios, ateneos y cursos del Hospital, hasta cuatro días antes de su muerte, ocurrida en enero de 1949, próximo a cumplir los 70 años de edad. Estaba entonces organizando “Prensa Pediátrica”, revista que incluía colaboraciones y comentarios de pediatras de más de 10 países americanos y que resultó su obra póstuma, cuya dirección ejercicio su discípula la Dra. Aurelia Alonso. Doce años después de su muerte, en 1961, seguía figurando como Presidente Honorario de la Asociación Médica de la Casa Cuna. Cuando se resolvió darle su nombre al Hospital que él  había impregnado con su espíritu, la comunidad hospitalaria se sintió complacida por el merecido homenaje al hombre que siendo huérfano desde tan niño, dedicó todos sus vastos esfuerzos profesionales a la infancia, especialmente a la más desvalida.






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