jueves, 14 de septiembre de 2023

El olvido, una forma de memoria

“Habrá que desenvainar las espadas del texto

Y escribir una canción

Aunque no haya algún pretexto

Y dedicársela al primero que pase caminando

Al que se quedó pensando, al que no quiere pensar

Al olvido selectivo, a la memoria perdida

A los de los pedazos de vida que no vamos a perder

Jamás”

(Carnaval de Brasil, Andrés Calamaro)


A continuación se reproduce un fragmento de un artículo sobre las memorias de Chateaubriand en cuyo comienzo se despliegan una serie de apreciaciones muy interesantes sobre esa parte de la memoria tan poco mencionada por ausente: el olvido.
Ixx, 2023


«Oublieuse mémoire»: el olvido placentero en las Mémoires d’outre-tombe de Chateaubriand

Clara-Cristina ADAME DE HEU

Enlace al artículo completo: https://orcid.org/0000-0002-7239-6505


Si hubiese que hacer un listado con los nombres de famosos escritores de memorias, sin limitarnos solo a autores franceses sino ampliándolo a autores de otras literaturas europeas, Chateaubriand ocuparía un lugar preeminente en él. Sin embargo, el objetivo de este trabajo no es poner el acento en la memoria de Chateaubriand, sino, por el contrario, poner el acento en el olvido en los libros iniciales de una obra suya que, paradójicamente, se titula Mémoires d’outre-tombe. Esta elección puede parecer sorprendente, ya que el olvido se asimila al vacío, a la nada, incluso a un tipo de destrucción, la destrucción «des souvenirs» (Augé, 1998: 21). A Chateaubriand se le ha criticado su ejercicio de memoria por presentar, a veces, lagunas o «manques» de memoria, no solo lo que Guillemin (1964: 12 y 19) denomina los «silences à combler», sino lo que denomina claramente «inexactitudes calculées». Pero no es a un estudio de la memoria de Chateaubriand a lo que aspiramos aquí, ni a la «falta» de memoria que se le atribuye, fuese esta voluntaria o no. El memorialista reconocía en diciembre de 1803 que no todo era susceptible de ser narrado y que un cierto olvido era, incluso, deseable: «je ne dirais de moi que ce qui est convenable à ma dignité d’homme» (Mémoires, 1951: I, 525).

Marc Fumaroli interpreta la elección tomada en 1804 por Chateaubriand de acudir al género de las memorias propio de los nobles «celosos de su libertad y de su honor» (Chateaubriand, 2006 [1848]: L) a un deseo de alejamiento de todo «exhibicionismo» (Chateaubriand, 2006 [1848]: LIV), del que Rousseau hizo gala en sus Confessions. Michèle Leleu abunda en Les journaux intimes en la idea de la diferente naturaleza de lo que es una memoria, género literario en el que la primacía la llevan los acontecimientos y la cronología, de los diarios y confesiones que priorizan las justificaciones o análisis. Pero a pesar de estas advertencias, muchos lectores deseosos de encontrar respuestas al famoso lamento de Chateaubriand (1978 [1797]: I, 41): «qui suis-je ?», hemos caído en la tentación de creer estar leyendo unas confesiones. Jean-Christophe Cavallin (1998: 1087-1098) nos protege de nuestro error en su advertencia contra una lectura de las Mémoires como «un texte de nature confesionelle» cuya claridad superficial oscurece el verdadero sentido de la obra. Los especialistas reconocen que es difícil aprehender totalmente la personalidad de Chateaubriand; el mismo Julien Gracq afirma que no existe un único Chateaubriand, y nuestro poeta es consciente de la dificultad de los otros para ver más allá de la opacidad, ya que lo propio del carácter del melancólico es escudarse en el silencio, «mais, d’ou m’était venu mon dernier malheur ? De mon obstination au silence. Pour comprendre ceci, il faut entrer dans mon caractère» (Mémoires, 1951: I, 379).

Simon-Daniel Kipman anima a sus lectores a asomarse fascinados a ese vacío, que es como denomina él al olvido, que ha sido considerado como una fuerza negativa contra la que han luchado muchas generaciones desde hace siglos. Pero, a pesar de ello, la «négativité a bien du charme» (Kipman, 2013:14), y no es total, ya que se pueden vislumbrar en ella componentes donativos que estimulan al creador. Ricoeur, por otra parte, se lamenta de la escasez de trabajos que lleven el término olvido por título, y consagra al olvido la tercera parte de su obra La mémoire, l’histoire et l’oubli para hacernos ver el porqué de esa postergación del olvido que ha sido desatendido tanto por la reflexión filosófica como por la psicología o la sociología. Ricoeur (2000: 82) se une a Weinrich al construir su reflexión sobre el olvido como un juego de sombras chinescas, «lorsqu’on tentera de clamer à l’ars memoriae le symétrique que serait l’ars oblivionis», en las que los límites entre una y otro se revelan indefinidos y cambiantes. Ricoeur se reconoce abrumado e incapaz de enfrentarse al fenómeno del olvido como lo hace Weinrich en su Léthé. Art et critique de l’oubli en su pormenorizado estudio de la polisemia del término, y es por ello que propone al lector que le siga en su excursus (Ricoeur, 2000: 82) en el ámbito del olvido según el grado de profundidad y de manifestación del mismo.

Al trabajo de Harald Weinrich y Simon-Daniel Kipman uniremos los trabajos de Marc Augé y de Jacqueline de Romilly entre otros. Al primero lo seguiremos en su obra Les formes de l’oubli, verdadero pequeño tratado de antropología en defensa de un olvido como requisito ineludible para el buen funcionamiento tanto del individuo como de la sociedad (Augé, 1998). Y lo haremos aceptando la premisa de que la obra de Chateaubriand contiene elementos propios del trabajo de un etnógrafo, aunque sea solo en aras del argumento, que nos permita identificar en sus Mémoires distintas «figures de l’oubli» (Augé, 1998: 75), figuras que tomamos en un sentido amplio, a las que se enfrenta el etnógrafo en su encuentro con el otro, en las que el tiempo pasa esencialmente por el olvido y cuya «vertu narrative (qu’elles aident à vivre le temps comme une histoire) et que, à ce titre, elles sont, dans le langage de Ricoeur, des configurations du temps» (Augé, 1998: 37). Olvido, recuerdo y memoria son tres fenómenos tan íntimamente unidos entre sí que el elogio del primero no significa menoscabo de los otros dos (Augé, 1998). «La mémoire elle-même a besoin de l’oubli», nos dice Augé (1998: 7) recogiendo la tradición de San Agustín, según la cual el olvido es parte integrante de la memoria. Por su parte, de Romilly (1998: 161) en su obra Trésors des savoirs oubliés considera que el olvido es una necesidad frente al valor maravilloso del recuerdo, por lo que no existe contradicción entre estos dos principios, sino que es en el intercambio permanente entre los recuerdos disponibles y no disponibles lo que permite al olvido su papel de «élagueur» (Romilly, 1998: 160) o tallado y a la memoria la capacidad de poder acudir no solo a los recuerdos disponibles, sino también a los no disponibles presentes u olvidados (Romilly, 1998: 160-161). Parecería que Jacqueline de Romilly comparte la misma idea de Kipman, ya que utiliza el término «élaguer», mientras que Kipman se refiere al trabajo de olvido como trabajo de zapa y remodelado en un relieve marino aplicado a una obra que permita al lector descubrir la coherencia de la misma si descifra cómo leerla. La metáfora marina, usada por Kipman, se adecúa muy bien a estos primeros libros de las Mémoires, ya que Chateaubriand, nacido en Saint-Malo y de vocación marinera, es prototipo del escritor viajero del siglo XIX, «Hélas ! Trop de talents parmi nous ont été errants et voyageurs !» (Mémoires, 1951: I, 654). El poeta ha guardado en lo mas íntimo de su memoria ciertos recuerdos, pero decidido a compartirlos con nosotros, los reparte en los primeros libros de las Mémoires, tanto en aventuras marinas como en amores y experiencias varias en unos relatos de dudosa veracidad. El difícil equilibrio entre realidad y ficción de lo rememorado, «pour être fidèle à la “vérité” je devais la réinventer totalement» (Fernandez, 2008: 35), podría dificultar al lector la lectura de la obra si es incapaz de encontrar la coherencia con la que el poeta la ha concebido. El propósito de este trabajo es encontrar esa coherencia en la que el olvido sea en realidad –si seguimos a Augé (1998: 30)– «la force même de la mêmoire». Para encontrarla nos centraremos particularmente en la lectura de tres momentos de olvido en los que el poeta, tentado, se deja caer, siguiendo para ello un trayecto inverso al trayecto más común que consiste en partir de la memoria para llegar al olvido, trayecto en el que el olvido sea el punto de partida y la memoria el punto de llegada.

Harald Weinrich, en su Léthé, sitúa en los tiempos modernos, y tímidamente todavía, salvando algún caso –como San Agustín ya nombrado–, el cambio en la apreciación del olvido en la búsqueda de la verdad considerada durante largo tiempo como parte integrante del campo del no-olvido (memoria y recuerdo), para incluir el olvido en el trabajo de aletheia porque «une part de vérité réside aussi dans l’oubli» (Weinrich, 1999: 16). La Ilustración se muestra contraria a la memoria memorística permitiendo, por ello, la aceptabilidad del olvido en el mundo moderno. Montaigne (2019 [1580]: 29), aunque se queje de su mala memoria, a la que considera como una falta: Je n’en reconnais quasi trace en moi, et ne pense qu’il y en ait au monde une autre si monstrueuse en défaillance. J’ai toutes mes autres parties viles et communes, mais en celle-là je pense être singulier et très rare, et digne de gagner nom et réputation, cree, sin embargo, que una exagerada memoria no tiene por qué ser símbolo de buen juicio: «les mémoires excellentes vont souvent de pair avec des jugements faibles» (Montaigne, 2019 [1580]: 29). Rousseau, por otra parte, plantea en su Émile que la «memoria de las palabras», memoria verborum, debe dejar paso a la «memoria de las cosas», memoria rerum, como bien nos recuerda Weinrich, quien recoge cómo para Rousseau, la verdadera memoria reside en la vida activa. El mundo contemporáneo no solo sigue la estela de la Ilustración en su desconfianza ante el uso excesivo de la memoria, sino que profundiza en ella cuando se llega a percibir la memoria no ya como ayuda, sino como causa de problemas, y así ha sido tratada en la disciplina médica. Esta visión negativa de la memoria hipertrófica se complementaría en el campo literario con aportaciones famosas como la de Jorge Luis Borges en Funes el Memorioso. Pero no todo son parabienes para con el olvido en la época contemporánea, Weinrich (1999) recoge el rechazo de Umberto Eco a reconocer al olvido valor alguno por la incapacidad de los signos a establecer ausencias cuyo resultado es su conocido artículo titulado «An “Ars Oblivionis” Forget it!». El recorrido histórico en Lethé no puede, finalmente, olvidar el gran cambio cultural de percepción sobre el olvido que significó el trabajo de Freud y su sospecha ante el olvido tratándolo como síntoma y obstáculo que se enquista en el inconsciente, pero que paradójicamente necesitaría la memoria en su trabajo de curación.



*-*

No hay comentarios:

Publicar un comentario