el milenarismo religioso (wikipedia)

El milenarismo o quiliasmo[1]​ es la doctrina según la cual Cristo volverá para reinar sobre la Tierra durante mil años, antes del último combate contra el mal, produciendo la condena del Diablo a perder toda su influencia para la eternidad y comenzar el Juicio Universal. Tuvo influencia en la Iglesia del siglo II de la era cristiana, en la Edad Media y durante el siglo XX entre teólogos católicos de América del Sur influidos por la obra del jesuita chileno Manuel Lacunza.[2]​ Actualmente, es recordada entre algunos católicos tradicionalistas y protestantes fundamentalistas.

Para algunos autores, el milenarismo, expresado en un utopismo de carácter secular pero religioso, ha seguido vigente a través de proyectos políticos de salvación universal o ingeniería social totalitaria.[3]​

Apocalipsis
La doctrina del milenarismo se apoya en el libro del Apocalipsis (revelación), atribuido a San Juan. Se calcula que fue escrito hacia el año 96  d. C. Específicamente, toma literalmente el capítulo 20 de este libro profético en el que se dice que el diablo permanecerá encarcelado en el abismo por mil años. Apocalipsis 20:4-5 dice que en ese tiempo, Cristo volverá y reinará junto a los mártires ("los que habían sido decapitados a causa del testimonio de Jesús y de la Palabra de Dios") y aquellos que no habían adorado a la bestia. El diablo será liberado por un breve tiempo al finalizar ese período. Levantará contra Cristo las naciones de Gog y Magog y marchará por toda la tierra hasta rodear el campamento de los santos. Entonces, caerá fuego del cielo y los consumirá. El diablo será arrojado a un estanque de azufre junto al falso profeta y la Bestia. A continuación, ocurrirá el Juicio de las Naciones o Juicio Universal: todos los muertos resucitarán y comparecerán frente a Cristo, quien los juzgará según sus acciones. Los que no estén en El Libro de la Vida serán arrojados también al estanque de fuego, lugar que indica una destrucción eterna.

La Bestia no debe identificarse con el Diablo. Las referencias a ella en el Apocalisis son varias y es posible que aludieran al emperador romano, aunque la identificación con el demonio tampoco es caprichosa. En este capítulo, de hecho la Bestia yace junto al diablo en el fuego.

Los milenaristas calcularon esos mil años de distinta manera, pero siempre literalmente. Sin embargo, este término de mil años no es de ningún modo un elemento esencial del milenio para todos los cristianos por igual como es concebido por sus adherentes. Para la Iglesia Católica, todo se mueve en la esfera espiritual y religiosa; aún la descripción del fin del mundo y del juicio final llevan este sello. La victoria sobre la bestia (el enemigo de Dios y de los santos) y sobre el anticristo, así como el triunfo de Cristo y sus santos, son descritos en el Apocalipsis de San Juan (Ap. 20-21), en figuras que recuerdan las de los escritores apocalípticos judíos, especialmente de Daniel y del apócrifo de Enoc (o Henoc). Satanás es encadenado en el abismo por mil años, los mártires y los justos se levantan de la muerte y comparten el sacerdocio y reinado de Cristo. Un gran número de cristianos de la era posapostólica, particularmente en Asia Menor, se entregaron tanto a la apocalíptica judía como para poner un significado literal en esas descripciones del Apocalipsis de San Juan; el resultado fue que el milenarismo se esparció y ganó acérrimos defensores no solamente entre los heréticos (gnósticos como Cerinto) sino también entre los cristianos.

Polémica cristiana
La idea de un milenio bajo el reinado de Cristo en la Tierra formó parte importante de la teología de los tres primeros siglos del cristianismo. Desde el siglo II varios polemistas enfrentaron las tesis de los montanistas y otros creyentes que esperaban un rápido advenimiento del Milenio y refutaron a quienes querían hacer cálculos sobre cuándo llegaría esa edad, en la forma que posteriormente lo haría San Agustín, el autor de "La Ciudad de Dios", recordando que Cristo había tenido el cuidado de no favorecer fechas precisas sobre su segunda llegada cuando dijo: "En cuanto a ese día o a esa hora, nadie la conoce, ni los Ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo mi Padre", en el llamado sermón escatológico del Evangelio de Mateo 24:36. La forma en que consideraban el milenio el gnóstico Cerinto, Papías, Justino e Ireneo de Lyon y otros escritores de los primeros siglos del cristianismo, tienen como punto de partida el libro de Apocalipsis, pero también declaraciones milenaristas que se encuentran en los escritos de Pedro y de Pablo, así como en el Padrenuestro: "Venga Tu Reino", esto es, a la Tierra, para que aquí se haga Su voluntad, como se hace en el cielo (Cf. Mt 6).

Eusebio de Cesarea no era partidario del Milenio. Aparentemente esa opinión antimilenarista suya fue la que influyó en la forma en que trata a los milenaristas, entre los cuales también hubo gnósticos, a pesar de que en general los gnósticos fueron los primeros en abominar de la sola idea de un reinado de Cristo sobre la Tierra.

Por ejemplo, leemos a Eusebio de Cesarea en Historia Eclesiástica III, 28:
Esta es la doctrina que enseñaba Cerinto: el reino de Cristo será terrenal. Y como amaba el cuerpo y era del todo carnal, imaginaba que iba a encontrar aquellas satisfacciones a las que anhelaba, las del vientre y del bajo vientre, es decir del comer, del beber, del matrimonio: en medio de fiestas, sacrificios e inmolaciones de víctimas sagradas, mediante lo cual intentó hacer más aceptables tales tesis.
La alusión al "falso mesías" en el Apocalipsis fue interpretada como señal de que antes del Juicio Final aparecerá un personaje así, también llamado Anticristo, lo que por otra parte es predicado por Jesús en el Evangelio de Mateo. Esto movió a identificar al falso mesías con diversos gobernantes y Papas. Para el reformador Martín Lutero, por ejemplo, el Anticristo era sin duda el Papa. A través de toda la Edad Media, escritores eclesiásticos intentaron interpretar el pasaje en el que San Juan menciona el milenio.

Pese a la condena extraoficial con carácter de oficial para muchos, aun en 1790, año en que el jesuita chileno Manuel Lacunza culminó en Imola su obra La venida del Mesías en Gloria y Majestad, persistía el milenarismo como una corriente marginal y esporádica en el seno de la Iglesia Católica. El libro de Lacunza, en todo caso, fue incluido en el Index Librorum Prohibitorum (el listado de libros prohibidos por la Inquisición).

Debido a que así creían una parte de los santos Padres de la antigüedad, no solamente Papías de Hierápolis, sino también, entre otros, Justino Mártir, Policarpo, y el insigne Ireneo de Lyon, para Lacunza condenar el milenarismo equivaldría a condenar a una nube de testigos entre los tres siglos primeros y a echar por tierra el mismísimo concepto de la sucesión apostólica, ya que algunos de los primeros obispos cristianos eran milenaristas.

Prescindiendo del número mil, y por extensión, comenzó a llamarse milenaristas a los movimientos religiosos que ponen énfasis en el regreso de Cristo, la fundación de la Nueva Jerusalén (la ciudad de los justos) y el castigo a los pecadores.

El renacimiento del milenarismo Editar
La idea milenarista se dejó sentir, con un ímpetu cada vez mayor, a partir del siglo XII para pronto extenderse por toda Europa a través de incontables sectas militantes, entre las cuales las huestes de Dolcino en Italia, los taboritas bohemios y los campesinos revolucionarios de Thomas Müntzer así como los anabaptistas de Münster en Alemania se destacan por su radicalidad y por los horrendos baños de sangre con que se cerraron aquellos episodios.[4]​

Las razones de este renacimiento del milenarismo no son evidentes y lo más probable es que exista aquí una fuerte relación con el militantismo belicoso que invade a la cristiandad a partir de la Primera Cruzada, que se desencadena haciéndose eco del famoso Sermón de Clermont realizado por el papa Urbano II en 1095. Las “guerras santas” de aquella época se dan a su vez en un contexto económico y social cada vez más apremiante, donde el aumento poblacional estaba desbordando las capacidades de la agricultura europea. Había así muchos segmentos poblacionales que no podían acceder a la tierra ni tampoco a posiciones dentro de los estamentos establecidos de la sociedad medieval y entre los cuales tendía a imponerse un estilo de vida itinerante. Fuese como fuese, la marea de la fe militante se volcaría hacia el mundo, ya sea para conquistarlo, como en el caso de la Tierra Santa, luego de América, o para reformarlo de raíz, como en el seno mismo de la antigua cristiandad.


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