jueves, 5 de marzo de 2020

La batalla de Guadalete y el fin del reino visigodo en Hispania. – Breviario Cultural

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Hay acontecimientos en la historia que producen un punto de inflexión en la misma, y son capaces de cambiar el destino de millones de personas durante siglos. La batalla de Guadalete es uno de esos acontecimientos. Y la verdad es que no fue un combate que enfrentara a ejércitos tan inmensos como unos pocos siglos atrás, cuando Roma era dueña del mundo, pero sin duda tuvo más consecuencias que muchas de las batallas libradas en aquellos tiempos.

La batalla de Guadalete y el fin del reino visigodo en Hispania.

A principios del siglo VIII los visigodos regían los designios de Hispania hacía ya unos trescientos años. Pero ya no eran esos germanos orgullosos que combatieron a vándalos, suevos y alanos, ahora los visigodos se dedicaban a luchar entre ellos en pequeñas guerras civiles que mermaban su poder generación tras generación. A la muerte del rey Witiza, los partidarios del monarca fallecido querían que su hijo Agila heredase el reino, pero otra parte de los prelados y magnates preferían a alguien con más presencia y menos proclive a ser manipulado. El elegido por este senatus fue el Dux (duque) de la Bética, Don Rodrigo, un noble con fama de buen guerrero. Ninguno de los dos bandos estaba dispuesto a perder influencia y poder en la nueva corte y el conflicto armado se hizo inevitable, saliendo vencedor Rodrigo.
guadalete

El nuevo rey se hizo cargo de una Hispania que hacía aguas por todos lados, los casi cuatro millones de habitantes que vivían en la península no estaban precisamente contentos con los nobles y reyes godos. La mayoría de esta población estaba compuesta por hispano-romanos, que, a todos los efectos eran ciudadanos de segunda que a lo largo de los tres últimos siglos habían sido desprovistos de sus tierras y gravados con unos impuestos cada vez más difíciles de pagar. Existía una minoría judía que a pesar de constituir la práctica totalidad de los oficios, era tratada como meros esclavos, como demostró el concilio de Toledo del año 694 donde se les confiscó sus bienes y fueron dispersados por la geografía hispana.
La coronación como era habitual, se realizó en Toledo. Existe una leyenda que cuenta que cerca de la capital visigoda se encontraba una cueva repleta de oro y joyas increíbles, pero estaba sellada, pues si era profanada una maldición caería sobre todo el reino. Cuando un nuevo rey ascendía al trono, tenía que ir a la cueva y añadir un nuevo candado para mantener alejada la tentación y por tanto la maldición. Rodrigo no debía de ser muy supersticioso porque al llegar a la puerta ordenó que quitaran todos los candados. Una vez en el interior la decepción se apoderó de Rodrigo pues allí no había tesoro alguno, solo un cofre pequeño en medio de la estancia. Al abrirlo encontraron en su interior un trozo de tela o tapiz con unos guerreros vestidos como árabes en pleno combate, y un texto que rezaba que aquél que profanara la cueva seria derrotado y muerto por los  hombres del tapiz. Rodrigo temeroso de que la profecía se cumpliera ordenó cerrar de nuevo la cueva y hacer como si nunca hubiera estado allí.
Guadalete-copia
Por supuesto no hay que dar más credibilidad a esta historia que a la de una fábula que con toda seguridad surgió años después de la batalla para justificar de manera sobrenatural un fallo muy humano, tan humano como la venganza.
Agila II (hijo de Witiza), pese a perder la corona había jurado lealtad a Rodrigo, pero sus partidarios maniobraron en la sombra y como en otras ocasiones buscaron ayuda fuera de las fronteras visigodas. Un poder nuevo se extendía como una tormenta de arena que cubría todo, las huestes del islam se habían apoderado de todo el norte de África y parecían el candidato perfecto para ayudarles, solo había que dejar que saquearan un poco después de derrotar a Rodrigo y cuando estuvieran saciados volverían a cruzar el estrecho hacia sus tierras, ¡que equivocados estaban!
En el norte de África, Muza (o Musa) ejercía de gobernador, designado por el mismísimo califa de Damasco. Cuando recibió la petición de ayuda por parte de los witizanos lo tuvo claro desde el primer momento, la tierra de los vándalos (Al-Ándalus) debía ser convertida al Islam como mandaba el sagrado Corán. Para ello se valieron del conde don Julián, señor de la ciudad de Ceuta. ¿Pero, quién era éste conde y porqué iba a traicionar a sus propios compatriotas ayudando a una fuerza de invasión?.
De nuevo la leyenda coge las riendas de la historia, y en esta ocasión cuenta que la hija de Don Julián, Florinda “la cava” (prostituta) fue enviada a Toledo a que fuera educada como muchas de las hijas de los prelados visigodos. El rey Rodrigo quedó prendado de su belleza (por decirlo de manera suave) y ardiente de lujuria la forzó deshonrándola. Tampoco hay que dar más pábulo a esta historia, al igual que la de cueva anteriormente citada. Toma más credibilidad la opción de que Don Julián era partidario de los Witizanos y simplemente siguiera órdenes de Agila o de sus lugartenientes, además, la procedencia del conde no está muy clara, algunas fuentes aseguran que era bizantino y no visigodo, incluso hay alguna que le otorga origen bereber.
Mariano_Barbasán_-_Batalla_de_Guadalete
Unos 500 hombres de Muza se adelantaron para tomar contacto con el sur de la península y realizar tareas de exploración. Este grupo comandado por Tarif Ibn Malluk, (que dio lugar al nombre de la población que hoy conocemos por Tarifa) saqueó a placer por tierras de la Bética y regresaron a África con un cuantioso botín. Mientras tanto Rodrigo no estaba ocioso, los levantiscos vascones hacían de las suyas en el norte y la presencia del rey y su ejército era precisa allí. ¿casualidad? Puede, pero es muy sospechosa la conveniencia para los planes de los witizanos, que aprovecharon la ausencia del ejército para ofrecer paso franco a los musulmanes.
En abril del año 711, embarcaciones pertenecientes al condado de Ceuta comenzaron a realizar viajes por el estrecho trasladando miles de levas musulmanas reclutadas en las poblaciones bereberes. Al mando de estos siete mil guerreros estaba Tariq Ibn Ziyad, gobernador de Tánger, liberto y mano derecha de Muza que tomó posiciones al pie del peñón de Gibraltar desde donde lanzaría partidas de saqueo y esperaría refuerzos en el caso de ser necesario.
Las noticias de las razzias musulmanas llegaron pronto a los oídos del rey, que apresuradamente reunió el ejército y marchó hacia el sur recogiendo tantas levas y guarniciones como le era posible, incluso utilizó las huestes de Agila y su hermano para contrarrestar el poder africano.
Finalmente, el diecinueve de Julio del año 711, cerca del río Guadalete (Cádiz) las dos formaciones se encontraron frente a frente. Los musulmanes habían recibido durante estos meses refuerzos del califato (cerca de 5.000 hombres entre árabes y bereberes) a las que había que sumar tropas auxiliares de origen judío o rebeldes contrarios a Rodrigo, una fuerza que podemos estimar entre 14.000 y 16.000 almas.
Rodrigo contaba con una fuerza superior en número. Las fuentes árabes hablan de hasta 100.000 hombres, cifra inflada a propósito para aumentar la gloria de su victoria (como muchos antes que ellos habían hecho) pero si podemos ajustarla entre 20.000 y 25.000 unidades entre caballería e infantes, suficientes para poder derrotar a los impetuosos musulmanes, o eso creía el rey.
El rey Rodrigo se situó en el centro de su formación dejando las alas en manos de los hijos de Witiza (es la versión “oficial” pero personalmente me crea dudas que un experto combatiente como era Rodrigo, confiara una posición tan delicada a elementos plausibles de traición). Rodrigo confiaba en la carga de su poderosa caballería goda, y sin dudarlo se lanzó al ataque esperando conseguir una pronta victoria. La hueste islámica aguantaba el envite, pero su equipo más ligero era una desventaja en combate cerrado contra una caballería imparable. Cuando parecía que la victoria se decantaba del lado godo, las alas del ejército empezaron a separarse y a huir del campo de batalla, Rodrigo había sido traicionado.
Lo que antes era una desventaja para los norteafricanos se convirtió en la clave de la victoria. Rodeando a lo que quedaba de ejército visigodo, la caballería ligera musulmana asaeteó las filas de Rodrigo hasta dejarlas exhaustas y acabar finalmente con ellas. El cuerpo del rey no se encontró entre los muertos, solamente su caballo fue hallado sin vida, lleno de flechas en la ribera del río, pero ni rastro del rey (algunas fuentes aseguran que escapó, pues se encontró en la localidad portuguesa de Viseu una lápida donde rezaban las palabras Rodericus Rex), las fuerzas restantes de Rodrigo lograron retirarse con cierto orden hasta Ecija, donde Sancho (sobrino de Rodrigo) intentó un contraataque sin éxito.
No se sabe a ciencia cierta cuantas bajas sufrió el ejército real visigodo, pero sin duda las suficientes para desarticular cualquier tipo de defensa posterior. Y es que el avance musulman por la península después de Guadalete fue fulminante, tres años mas tarde (714) se encontraban a las puertas de Zaragoza y en el 721 ante las estribaciones de los Pirineos. ¿Cómo es posible que apenas 20.000 hombres pudieran conquistar un territorio tan grande habitado por millones de personas?, muy sencillo, apenas hubo oposición.
Los judíos estaban encantados de cambiar de dueño, para ellos era preferible ser gobernados por musulmanes que ya vivían con los hebreos en cierta armonía en oriente próximo, que seguir bajo el yugo godo. A los hispano-romanos tampoco les importó mucho que otros tomaran las riendas de Hispania, pues al fin y al cabo eran ciudadanos de segunda que tenían poco que perder.
Se iniciaba así un periodo importante en nuestra historia que duraría más de siete siglos, con luces y sombras. Desde el esplendor de Abderramán I y los Omeya, que convirtieron Córdoba en la ciudad más importante de Europa llegando casi al millón de habitantes, pasando por aquel primer paso de Pelayo en Covadonga de lo que se llamó la reconquista, un periodo continuo de guerras entre reinos de Taifas y reinos cristianos que colaboraron en beneficio propio en muchas más ocasiones de las que creemos, en definitiva marcaron la edad media en la península ibérica y forjaron las bases de lo que hoy llamamos España.

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