Pastor

Pastor
Llegó a casa un poco a las escondidas, por entonces no todos estábamos de acuerdo en tener una mascota. Lucas se enamoró de su mirada entre tímido y temeroso arrinconado en el asiento de un auto y lo trajo nomás a vivir con nosotros un sábado de otoño.
Rojo y fuego anotó en su libreta sanitaria el primer veterinario que lo atendió para recomendarnos sus primeros cuidados. Negro es su lomo y el marco de su rostro, sus patas, su frente y su pecho son fuego con un corbatín blanco tirado un poco al costado. Tiene unas orejas largas que le llueven al costado y se agitan cuando echa a correr, como alas de libre felicidad y enmarcan de manera graciosa con sus expresiones, cuando husmea curioso, cuando duda ladeando su cabeza si se le propone un paseo… le encanta el parque, corre ensimismado su pelotita y la trae a unos pasos, no la deja en la mano de miedo a que se le vuelva a colocar la correa; al cabo de un rato cuando está agitado se echa de panza y jadea con la lengua afuera, bebe agua de mi mano y ya quiere volver a correr. Aprendió a esperar agazapado cuando viene otro perro y lanzarse al encuentro cuando lo tiene cerca. Le gusta la compañía para brincar y dar tumbos si es con otro perro o para recibir afecto si se trata de personas. Ama que lo acaricien y le hablen con ternura. A menudo los niños se paran frente a él y me preguntan si lo pueden tocar, o en el cruce peatonal esperando el semáforo veo que ya alguien se ha parado a su lado y le acaricia la cabeza. Después de esos encuentros vuelve a casa feliz, rozagante, con la cabeza erguida y el pecho inflado de felicidad como si ya hubiera cumplido su misión. Y yo creo que está bien, que su misión es transmitir amor, que es un ángel de compañía que se ha cruzado en nuestras vidas para hacernos emocionar y reír. 
Se ubica en el centro de la casa, apoya el mentón en el brazo del sofá y nos mira pasar de un lado a otro sin girar la cabeza, es gracioso ver sus cejas que hacen arcos a un lado y al otro, se asegura de saber adónde va cada quien, falta poco para la hora de su comida y no se apura pero está atento, espera que alguien vaya a la cocina para seguirlo, allí su ritual de espera, calma y ansiosa a la vez nos seguirá mientras se le prepara su ración de pienso y arroz con pollo. Luego de comer camina de acá para allá sin rumbo, se relame y bebe unos sorbos de agua, otra vez se arrellana en el sillón o cerca de la puerta de entrada, su paseo de la noche será la última rutina antes de ir a dormir. Cuando la casa va quedando en silencio nos acompaña, bajamos las persianas, y vamos apagando las luces, entonces se nos acerca a saludar, nos arrima su cabeza suavemente hasta recibir una caricia, luego, caminando despacio, a veces solo, a veces lo tenemos que acompañar, se hace un ovillo y se deja al fin llevar por el sueño.
Pastor, así se llama mi perro, nuestro perro, nos ha mirado el alma infinidad de veces con sus ojos almendra transparentes y puros, en su inocencia jamás nos ha dejado pasar desapercibidos ni estar solos. Siento que siempre lo llevaré acurrucado aquí junto, corazón a corazón.
Adolfo, 2024

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